Y sin la dificultad del acuerdo con los 27 comisarios, el Presidente de la Comisión Europea se apresuraba haciendo un llamamiento a los demás miembros de la Unión para que prosigan la ratificación del tratado. Cual funcionario obsequioso con el poder, se olvidaba que nadie le ha dado un mandato para esas expresiones de pura política de partido.
Uno de los inspiradores del nuevo tratado, el presidente francés, Nicolás Sarkozy, en compañía del Presidente imperial, también llamaba a continuar el proceso de ratificación, aunque – populista - admitía que es preciso "cambiar nuestra forma de hacer Europa" sin avanzar proyectos para su presidencia de la Unión en el segundo semestre.
Al parecer nadie va a cuestionar este modo ademocrático de hacer Europa que ya no funciona como en el pasado. Un diario tan sensible en otros tiempos a los valores democráticos, El País, enriquecía su editorial del sábado 14 con unas perlas europeístas como “el voto de Dublín, recibido con consternación en Bruselas”. Pero no explicaba quién es ese Bruselas y a quien representa. ¿La Comisión y sus funcionarios entrelazados con los 15,000 lobistas de poderosos grupos de presión, que preparan directivas tan sociales como la propuesta de 65 horas de trabajo semanales? ¿Que negocian con Suiza y Jersey la aplicación de la directiva sobre el ahorro respetándoles el secreto bancario? ¡Ya está bien de cultivar ese sentido reverencial frente a las instituciones europeas y hágase más pedagogía con los lectores!
Y sus editorialistas, tan proclives a las apelaciones a la democracia, subrayaban “lo absurdo de someter a referéndum cuestiones tan complejas como las que albergan las casi 400 páginas del documento de Lisboa”. Como si la complejidad fuese sobrevenida y no intrínseca, hasta el punto que a finales de Octubre pasado el semanario The Economist afirmaba que “la opacidad del nuevo tratado no es un accidente: es su razón de ser”; que era “ un tratado ilegible, destinado para ser aprobado por los parlamentos nacionales”, pero no para que lo debatieran los ciudadanos corrientes. Este semanario británico relataba que en Lisboa los 27 gobiernos europeos tomaron la Constitución rechazada por los votantes franceses y holandeses y presentaron un tratado de reformas diciendo de modo surrealista “esto no es una constitución”. Y, por tanto, no hay necesidad de someterla a los riesgos de un referéndum que probablemente sería negativo en Holanda, Reino Unido y otros lugares.
Pero en El País insisten en que “un colectivo de casi 500 millones de personas no debe ser paralizado por la opinión adversa de menos de un 1% de sus integrantes”; pero porque son los únicos a quienes les han dado voz, añadimos. Sin embargo, acierta el periódico de referencia cuando dice que “el resultado inmediato es que un escenario global y crecientemente intrincado, donde influir requiere mayor músculo cada día, Europa es hoy un poco más débil políticamente y menos convincente como interlocutor”. Pero para percibir ese acierto hay que sustituir la palabra “Europa” por “la elite europea”. Tras el No irlandés, Europa no es más débil sino su élite.
Y si no, léase en el mismo periódico el testimonio de un europarlamentario sobre cómo se hizo este Tratado europeo, admitiendo que, a diferencia de los rechazos francés y holandés, tras el No irlandés “la situación es más difícil. La razón es sencilla: entonces era posible imaginar un plan B para recuperar los principales contenidos de la Constitución Europea, de forma que el escollo de París -y luego también de La Haya- pudiera solventarse presentando un texto pasado por las manos del Gatopardo. Así lo hicimos... y lo hicimos bien: el Tratado de Lisboa. Ahora, sin embargo, ya hemos gastado ese cartucho” (La hora de la verdad para Europa, artículo firmado por Carlos Carnero en El País, 14 Junio 2008) Esta vez el relato es sincero, al contrario de otro artículo en el que se desvirtuaba el relato histórico de la elaboración del Tratado Constitución y del cual nuestra réplica mereció su publicación por el propio diario.
Con esta “revelación” del europarlamentario - desconocido para la mayoría de sus votantes gracias a las listas cerradas - el Tratado de Lisboa resulta que es “un texto pasado por las manos del Gatopardo” Una alusión esclarecedora a la famosa frase del Príncipe Giuseppe di Lampedusa en la celebre novela, cuando refiriéndose a la revolución de la unidad italiana dice que “algo tiene que cambiar para que todo siga igual”.
Y es que no se enteran que la mayoría de los europeos ya no acepta un mercado sin ciudadanía, por tomar prestada la fina expresión con la que Maria José Fariñas nos ha sintetizado las falacias de la globalización neoliberal. De ahí que mucho más alertados, los analistas del Financial Times apunten que “tal vez fuera más sensato congelar el Tratado de Lisboa”.-
Y es que no se enteran que la mayoría de los europeos ya no acepta un mercado sin ciudadanía, por tomar prestada la fina expresión con la que Maria José Fariñas nos ha sintetizado las falacias de la globalización neoliberal. De ahí que mucho más alertados, los analistas del Financial Times apunten que “tal vez fuera más sensato congelar el Tratado de Lisboa”.-
1 comentario:
Olá!
Gostaria de dizer que tenho muito gosto de ler os seus artigos.
Sobre o Tratado de Lisboa, tenho pena que o nome de uma bela cidade esteja associada a a documento marginal aos povos da Europa.
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