El viernes 3 Octubre 2008, el Presidente semestral de la UE y de la República francesa dirigía una carta a los miembros del Consejo Europeo en relación con el ECOFIN, la reunión próxima de ministros de finanzas, reconociendo la crisis que atraviesan las economías europeas derivada de los abusos de las finanzas en los EEUU. Y para el día siguiente convocaba una reunión en el palacio del Elíseo.
Pero una reunión de amiguetes.
El sábado 4, Nicolás se reunía con Angela, Gordon y Silvio; y para darle un aire más europeo también estuvieron allí José Manuel Barroso, Jean-Claude Trichet, y Jean-Claude Juncker, presidente del Eurogrupo y jefe de gobierno del paraíso financiero de Luxemburgo. Fue una reunión de “amigos” como dijo Nicolás a los periodistas.
Únicamente pretendían “debatir la actual situación en los mercados financieros y los pasos que se están dando individual y colectivamente para afrontar los retos a los que nos enfrentamos”, según el comunicado en inglés.
Como desde la guerra de Irak ya no se sabe “para-qué-estamos-unidos”, ¿por qué seguir los cauces institucionales de la UE de 27 miembros?
Desunión y desorientación política frente a la crisis bancaria europea.
Dicen que estos tres jefes de gobierno y el jefe del Estado francés se han comprometido a continuar interviniendo cuando haga falta para sostener a los bancos en dificultades, “según un método y con los medios que le son propios”, porque obviamente no tienen una respuesta conjunta frente al poder bancario.
Cómo la UE carece de supervisor comunitario sobre los mercados financieros y es solamente “un espacio financiero” en el planeta, los gobiernos actúan en orden disperso en estas materias. El Reino Unido quiere mantener su importancia financiera gracias a su City londinense y sus centros offshore en las islas adyacentes y en el Caribe. Alemania, apegada a la idea de una moneda fuerte que le permitió recuperarse y que mantiene el BCE, nunca fue muy partidaria de un gobierno económico europeo. Italia tiene ya bastante con Berlusconi y sus políticas. Y Francia sigue soñando con su “grandeur”
Por tanto, los presentes se mostraron interesados solamente en la salvación de “sus bancos” y de “sus ahorradores”. Aunque la solución que aporta uno cree problemas para los demás, como ha sucedido con Irlanda que al garantizar todos los depósitos bancarios inmediatamente ha atraído a los capitales británicos. Una expresión más de la competencia intraeuropea.
Menos mal que el proyecto francés, un fondo europeo de garantía de depósitos de 300,000 millones de euros, a imitación del plan Bush, ha sido ahogado antes de nacer por la oposición de Angela Merkel.
Quedaba, pues, la apelación a la coordinación como último recurso. Pero, ¿cómo se puede coordinar la política en materia financiera sin coordinar la política fiscal y sin una institución común que controle la solvencia de los bancos?
Los acuerdos sobre el desacuerdo de la banda de los cuatro
En frase de Sarkozy para la posteridad, "en quelque sorte, nous avons fixé une doctrine".
Una doctrina común, ¿para qué? Pues para flexibilizar las normas europeas con el fin de que los gobiernos sostengan a los bancos insolventes. Traducido quiere decir que las limitaciones establecidas en el Pacto de estabilidad no se cumplirán y cada país podrá sobrepasar los límites del 3% en su déficit fiscal y el 60% en el endeudamiento externo, “para reflejar las circunstancias excepcionales “ debidas a la crisis financiera llegada desde Wall Street.
Y tampoco se aplicará en estos casos las normas que prohíben las ayudas de los Estados a las empresas; es decir, las normas de la competencia no cuentan para salvar bancos. Así cada gobierno podrá ir atendiendo los casos que se presenten de bancos en quiebra uno a uno con cargo al contribuyente. Desde el paradigma neoliberal compartido, cada uno servirá a la banca como mejor vea.
El resto de los puntos apelan a la retórica de la necesidad de transparencia, las sanciones a los culpables y que se reforme el sistema financiero mundial, previo acuerdo del club del G-8. Además de darle más encargos a una Comisión que atiende más a los lobbies que a los gobiernos europeos.
Conclusión: mejor así, sin acuerdo comunitario. Porque nadie propone vías de financiación para la economía real, para las empresas productivas ahogadas por la falta de créditos y para paliar los impagos hipotecarios o el endeudamiento de los hogares.
Tampoco se acordó nadie del Tratado de Lisboa.
Y es que la unión política de Europa sigue a la espera de una nueva tanda de líderes europeos con más talla, sin alzas en los tacones.-
Pero una reunión de amiguetes.
El sábado 4, Nicolás se reunía con Angela, Gordon y Silvio; y para darle un aire más europeo también estuvieron allí José Manuel Barroso, Jean-Claude Trichet, y Jean-Claude Juncker, presidente del Eurogrupo y jefe de gobierno del paraíso financiero de Luxemburgo. Fue una reunión de “amigos” como dijo Nicolás a los periodistas.
Únicamente pretendían “debatir la actual situación en los mercados financieros y los pasos que se están dando individual y colectivamente para afrontar los retos a los que nos enfrentamos”, según el comunicado en inglés.
Como desde la guerra de Irak ya no se sabe “para-qué-estamos-unidos”, ¿por qué seguir los cauces institucionales de la UE de 27 miembros?
Desunión y desorientación política frente a la crisis bancaria europea.
Dicen que estos tres jefes de gobierno y el jefe del Estado francés se han comprometido a continuar interviniendo cuando haga falta para sostener a los bancos en dificultades, “según un método y con los medios que le son propios”, porque obviamente no tienen una respuesta conjunta frente al poder bancario.
Cómo la UE carece de supervisor comunitario sobre los mercados financieros y es solamente “un espacio financiero” en el planeta, los gobiernos actúan en orden disperso en estas materias. El Reino Unido quiere mantener su importancia financiera gracias a su City londinense y sus centros offshore en las islas adyacentes y en el Caribe. Alemania, apegada a la idea de una moneda fuerte que le permitió recuperarse y que mantiene el BCE, nunca fue muy partidaria de un gobierno económico europeo. Italia tiene ya bastante con Berlusconi y sus políticas. Y Francia sigue soñando con su “grandeur”
Por tanto, los presentes se mostraron interesados solamente en la salvación de “sus bancos” y de “sus ahorradores”. Aunque la solución que aporta uno cree problemas para los demás, como ha sucedido con Irlanda que al garantizar todos los depósitos bancarios inmediatamente ha atraído a los capitales británicos. Una expresión más de la competencia intraeuropea.
Menos mal que el proyecto francés, un fondo europeo de garantía de depósitos de 300,000 millones de euros, a imitación del plan Bush, ha sido ahogado antes de nacer por la oposición de Angela Merkel.
Quedaba, pues, la apelación a la coordinación como último recurso. Pero, ¿cómo se puede coordinar la política en materia financiera sin coordinar la política fiscal y sin una institución común que controle la solvencia de los bancos?
Los acuerdos sobre el desacuerdo de la banda de los cuatro
En frase de Sarkozy para la posteridad, "en quelque sorte, nous avons fixé une doctrine".
Una doctrina común, ¿para qué? Pues para flexibilizar las normas europeas con el fin de que los gobiernos sostengan a los bancos insolventes. Traducido quiere decir que las limitaciones establecidas en el Pacto de estabilidad no se cumplirán y cada país podrá sobrepasar los límites del 3% en su déficit fiscal y el 60% en el endeudamiento externo, “para reflejar las circunstancias excepcionales “ debidas a la crisis financiera llegada desde Wall Street.
Y tampoco se aplicará en estos casos las normas que prohíben las ayudas de los Estados a las empresas; es decir, las normas de la competencia no cuentan para salvar bancos. Así cada gobierno podrá ir atendiendo los casos que se presenten de bancos en quiebra uno a uno con cargo al contribuyente. Desde el paradigma neoliberal compartido, cada uno servirá a la banca como mejor vea.
El resto de los puntos apelan a la retórica de la necesidad de transparencia, las sanciones a los culpables y que se reforme el sistema financiero mundial, previo acuerdo del club del G-8. Además de darle más encargos a una Comisión que atiende más a los lobbies que a los gobiernos europeos.
Conclusión: mejor así, sin acuerdo comunitario. Porque nadie propone vías de financiación para la economía real, para las empresas productivas ahogadas por la falta de créditos y para paliar los impagos hipotecarios o el endeudamiento de los hogares.
Tampoco se acordó nadie del Tratado de Lisboa.
Y es que la unión política de Europa sigue a la espera de una nueva tanda de líderes europeos con más talla, sin alzas en los tacones.-
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