En una cena informal del Consejo Europeo de los 27 miembros, fueron designados como Presidente y Ministro de Exteriores de la Unión Europea, el actual primer ministro belga Herman Van Rompuy y la actual Comisaria europea de Comercio la baronesa británica Catherine Ashton, respectivamente. Una cena, equiparable por su resultado a los congresos en los que los partidos políticos de los Estados miembros suelen eligir a sus candidatos.
No ha habido un proceso político que implicara a los ciudadanos con pasaporte europeo.
Los calificativos más benévolos han sido una “pareja discreta” (Le Monde) y manifestación del “minimalismo europeo” al decir de Carl Bildt, actual ministro sueco de Asuntos exteriores. En general la prensa europea ha expresado su frustración porque no hayan sido elegidos otros candidatos más mediáticamente relevantes.
Pero Europa necesita algo más que una fachada, el teléfono que pedía Kissinger con el que se contentan algunos de nuestros políticos desinformados.
¿Qué significa ser políticos desconocidos en una Europa gobernada por un sistema tan poco democrático y tan sesgado políticamente?
Resulta tremendamente expresiva la imagen de los rostros de los tres altos dirigentes europeos sobre el cubo de Rubik, que nos ofrece la foto prestada del Spiegel International, sujeto por la mano anónima (¿o de un lobbista?), para representar la Europa que surgió de Niza en 2001.
Porque las decisiones europeas son un encaje complicado de piezas con lados escondidos, como los de una Eurozona con intereses propios y los de la City londinense vinculada a Wall Street; o los de las presiones para un mero “espacio” de libre comercio fronterizo con Irak y los de unas instituciones que tendrían que responder a las aspiraciones de los ciudadanos europeos.
En la coyuntura actual, pedir carisma para liderar la Unión es demandar una proyección mediática que oculte la atonía europea reflejada en la reciente campaña electoral de la que surgió el actual Parlamento europeo.
El dato positivo ahora es que se ha recuperado el entendimiento franco alemán, asumido por los 27 de la Unión Europea que nos dejó el nefasto Tratado de Niza, que acordó la ampliación hacia el Este sin haber avanzado antes en la institucionalización. Porque el futuro dependerá de los europeos y de sus gobernantes nacionales más que de los encumbrados al escaparate europeo.
El problema de fondo es que, aun cuando el trío Van Rompuy-Barroso-Ashtom solo administre un presupuesto del 1,2 del PIB conjunto europeo, el Tratado de Lisboa constitucionaliza lo permanente con lo coyuntural, con políticas neoliberales inmutables cuando tendrían que variar según la mayoría resultante de cada elección democrática de nivel europeo.-
No ha habido un proceso político que implicara a los ciudadanos con pasaporte europeo.
Los calificativos más benévolos han sido una “pareja discreta” (Le Monde) y manifestación del “minimalismo europeo” al decir de Carl Bildt, actual ministro sueco de Asuntos exteriores. En general la prensa europea ha expresado su frustración porque no hayan sido elegidos otros candidatos más mediáticamente relevantes.
Pero Europa necesita algo más que una fachada, el teléfono que pedía Kissinger con el que se contentan algunos de nuestros políticos desinformados.
¿Qué significa ser políticos desconocidos en una Europa gobernada por un sistema tan poco democrático y tan sesgado políticamente?
Resulta tremendamente expresiva la imagen de los rostros de los tres altos dirigentes europeos sobre el cubo de Rubik, que nos ofrece la foto prestada del Spiegel International, sujeto por la mano anónima (¿o de un lobbista?), para representar la Europa que surgió de Niza en 2001.
Porque las decisiones europeas son un encaje complicado de piezas con lados escondidos, como los de una Eurozona con intereses propios y los de la City londinense vinculada a Wall Street; o los de las presiones para un mero “espacio” de libre comercio fronterizo con Irak y los de unas instituciones que tendrían que responder a las aspiraciones de los ciudadanos europeos.
En la coyuntura actual, pedir carisma para liderar la Unión es demandar una proyección mediática que oculte la atonía europea reflejada en la reciente campaña electoral de la que surgió el actual Parlamento europeo.
El dato positivo ahora es que se ha recuperado el entendimiento franco alemán, asumido por los 27 de la Unión Europea que nos dejó el nefasto Tratado de Niza, que acordó la ampliación hacia el Este sin haber avanzado antes en la institucionalización. Porque el futuro dependerá de los europeos y de sus gobernantes nacionales más que de los encumbrados al escaparate europeo.
El problema de fondo es que, aun cuando el trío Van Rompuy-Barroso-Ashtom solo administre un presupuesto del 1,2 del PIB conjunto europeo, el Tratado de Lisboa constitucionaliza lo permanente con lo coyuntural, con políticas neoliberales inmutables cuando tendrían que variar según la mayoría resultante de cada elección democrática de nivel europeo.-
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