Mayer Armschel Rothschild, el patriarca de
la que sería luego la más poderosa dinastía de banqueros, dijo en 1791: “Dejadme que emita y controle la moneda de
una nación y no me importará quien haga las leyes”. Desde entonces
probablemente nadie como Mario Draghi con su sonrisa enigmática ha hecho verdad
aquella famosa frase histórica actuando como presidente del Banco Central
Europeo,.
Cuentan que los cinco hijos de aquel primer
Rothschild fueron enviados a las principales
capitales de la Europa del siglo XVIII – Londres, Paris, Viena, Berlín y
Nápoles – con la misión de establecer un sistema bancario que estuviese fuera
del control de los gobiernos. La idea era lograr que la política y la economía
de las naciones estuvieran controladas por los banqueros para su propio beneficio.
Así surgió un “banco central” de propiedad privada (luego público) que se
estableció en casi todos los países; y el sistema de bancos centrales (ahora
independientes de los gobiernos) ha logrado
finalmente el control sobre las economías, en particular en el Eurogrupo gracias
al BCE. Con autoridad para imprimir dinero en sus respectivos países, generalmente
los bancos centrales prestan dinero a los gobiernos para pagar sus deudas y
financiar sus proyectos, salvo en el caso del BCE cuyos estatutos le prohíben
prestar euros a los Estados miembros (art. 123 del Tratado de la UE) aunque sí
a los bancos de los países, contribuyendo así a potenciar la intervención de
los mercados financieros en el endeudamiento de los gobiernos.
El resultado ha sido una economía financiera
globalizada en la que no solamente la industria sino los gobiernos mismos
funcionan sobre el “crédito” (o la deuda) creado por un monopolio de bancos
internacionales que encabeza una red de bancos centrales incluido el BCE; y en
la cumbre de esta red está el “banco central de los bancos centrales”, el Banco de Pagos Internacionales de Basilea
(Suiza), auténtico regulador bancario en la sombra conocido por sus siglas en
inglés (BIS) al que dedicamos un capítulo en El casino que nos gobierna (El
casino que gobierna el mundo en la edición argentina).
El BCE encarna como ningún otro banco central la idea genial del primer Rothschild, porque
este banco central ni siquiera supervisa las cuentas de los bancos de la
eurozona a los que presta dinero (algo que ahora se quiere remediar) y es el
único banco central del mundo amparado por un tratado internacional, con
autonomía e independencia frente al Consejo y demás instituciones y gobiernos
europeos para velar únicamente por la
estabilidad de los precios sin responsabilidad sobre el crecimiento económico y
el empleo. Y en esta larga etapa de crisis económica y desconcierto institucional
que padecemos en Europa, nadie más indicado para ocupar el puesto de presidente
del BCE que un tecnócrata global como Mario Draghi, doctor en economía por el
Instituto Tecnológico de Massachussets, que antes de gobernador del Banco de Italia había tenido una sólida
carrera internacional como miembro del BIS y del banco mundial de inversiones
Goldman Sachs, escuela de mandarines estadounidenses.
Como vicepresidente para Europa de Goldman Sachs International con sede en Londres, uno de sus
máximos responsables hasta 2005, este banco de negocios asesoró técnicamente al
jefe de gobierno conservador Kostas
Karamanlis para ocultar la verdadera magnitud del déficit griego; un
fraude que condujo a la crisis financiera de Grecia
surgida en 2010. De hecho, en junio de 2011, en el
Parlamento Europeo fue interrogado sobre esos hechos alegando en su defensa que
su responsabilidad se centraba en empresas y no en gobiernos, como si no hubiera
asistido a las reuniones del comité ejecutivo del banco al que pertenecía.
Por tanto, era el hombre experimentado para servir a “los
mercados” en una etapa histórica del dominio financiero sobre los Estados
europeos, donde el BCE es la única institución con poder propio sobre la moneda
común de 17 países, el euro, puesto que fija su volumen y su precio (el tipo de
interés) e indirectamente determina el coste del endeudamiento de los bancos, de
los hogares y de los Estados del Eurogrupo. Un poder político que Mario Draghi
ejerce con destreza sobre los países del euro.
Por un lado, tenemos las muestras de su capacidad persuasiva
para calmar los mercados financieros de vez en cuando desalentando la venta de
bonos soberanos. A finales de julio bastó una frase Draghi afirmando que “el BCE está dispuesto para hacer lo que haga
falta para salvar el euro” para hacer
bajar sustancialmente la prima de riesgo de España e Italia durante largas
semanas; es decir, sus palabras fueron suficientes para disminuir el coste del
endeudamiento creciente de los gobiernos del Sur. En el lenguaje codificado de “la
comunidad financiera” se interpretó como una señal positiva enviada a los
“inversores” de corto plazo, es decir, a los especuladores. Las expectativas
suscitadas por la citada frase, que tuvo gran eco en la prensa mundial, le
sirvieron para ejercer un control remoto sobre la política europea desde ese
momento.
Y días más tarde Draghi nos daba una muestra de ese control
que ejerce sobre las políticas económicas de los gobiernos en apuros y sobre la
eurozona, al mismo tiempo que ridiculizaba al actual jefe del gobierno español que
le pedía públicamente que comprara bonos del Sur a los bancos para bajar la
prima de riesgo; y como respuesta desde Francfort le ponía en el brete de tener
que pedir un segundo rescate, esta vez total, si quiere que la prima de riesgo
no se dispare. Nuevamente, el jueves 2 de agosto cumplía o superaba las
expectativas de los mercados al anunciar que el BCE estaba dispuesto a comprar
cantidades ilimitadas en bonos con vencimiento de hasta tres años de países que
pidan un rescate y cumplan estrictas condiciones. Y esa condicionalidad la
establecía Draghi sin ser miembro del Consejo europeo de jefes de Estado y de
gobierno de la UE. Marcaba, pues, el camino para rescatar la eurozona,
marginando la voz disidente del Bundesbank alemán. Al gobierno español ya no le
quedaba la excusa de que antes de pedir más ayuda necesitaba conocer las
condiciones. Las reglas están fijadas por Draghi: ahí tenéis las condiciones
que queríais conocer, compraré bonos a los bancos españoles pero pedid antes el
rescate. “Mario Draghi: salvador o ejecutor” rotulabaPresseurop los diversos comentarios de la prensa europea al respecto que subrayaban
el poder del que había hecho gala frente a una situación complicada por el
vacío institucional europeo.
Y a todo esto tenemos que añadir la capacidad de Draghi para
diseñar el futuro de Europa; sobre todo, hacia “los mercados” ofrece una imagen
de sumo sacerdote de la política europea, justificando las injustas políticas
de graves recortes sociales en los países del Sur, donde la izquierda brilla
por su debilidad y su fraccionamiento. Es capaz de augurarnos el futuro, un
futuro que va camino de cumplirse. El 24 de febrero de 2012, el The Wall Street
Journal recogía unas palabras de Draghi en Francfort, muy reveladoras de su concepción
neoliberal para gloria de “los mercados”, afirmando que no hay escapatoria para
las medidas de austeridad en Europa y que el contrato social europeo se ha
quedado obsoleto. Este periódico financiero destacaba que Draghi “se ha ganado las alabanzas de los inversores
por su gestión de la crisis en meses recientes “(en esas fechas llevaba
solo cuatro meses escasos en el nuevo cargo). Desde su posición preeminente advertía
Draghi que “dar marcha atrás en los
objetivos de ajuste fiscal suscitaría una inmediata reacción del mercado,
empujando al alza los diferenciales de los tipos de interés”, la mal llamada
prima de riesgo. Más aún, sostiene en esa entrevista que “se ha acabado” (“is already gone”) el tan alabado modelo social europeo, que prima la seguridad en el
empleo y ofrece redes de seguridad generosas. Nadie le desautorizó.
He ahí, cómo Draghi exhibe su poder supranacional en una
Europa de instituciones ademocráticas, un personaje al que no han votado los
ciudadanos europeos de ninguno de los 17 países que comparten el euro. Una
prueba más que de que nos estamos jugando la democracia en la gestión de esta
crisis. Y mucho más en España con el actual gobierno tan poco respetuoso
con la ciudadanía y tan patoso en la
gestión europea que ha optado por rendirse ante “los mercados” y quienes los
representan.-