(Segundo extracto de la Introducción del libro de la
editorial Clave Intelectual presentado en el Círculo de Bellas Artes de Madrid
el 29 de abril de 2013)
Los grupos de interés o lobbys se manifiestan de diversas
maneras y se pueden clasificar simplificadamente en los tradicionales grupos
de interés con fines de lucro y las ONGs o entidades o grupos de interés sin
fines de lucro, cuyo número va en fuerte aumento. La gama va desde los bancos,
las empresas, los sindicatos tradicionales y las asociaciones sectoriales, de
profesionales y de agricultores, pasando por las asociaciones de consumidores y
las plataformas ciudadanas que defienden un interés general o de grupo o entidades con una orientación general de defensa del
medioambiente o de denuncia de deficiencias sociales. En la sociedad actual, la
complejidad de las cuestiones públicas por si mismas, requiere unos
conocimientos técnicos y una dedicación que han convertido el lobby, además, en
una labor de profesionales. De ahí que la defensa organizada de los intereses
particulares ante los gobernantes y las
autoridades públicas lleve a la intervención retribuida de profesionales, agencias
especializadas o de comunicación, así como de despachos de abogados y
consultoras que asumen profesionalmente la misión del lobby; y con su pericia y
contactos sociales, de facto resultan imprescindibles para el proceso político
de la elaboración de la legislación. En general, particularmente en el mundo
anglosajón se considera legítima la actividad profesional del lobby, que en
inglés suele denominarse como government
relations, considerándose que lleva ante el poder político las opiniones e
intereses de los afectados por las decisiones de los poderes públicos. Dada su
relevancia política creciente, en los últimos años se acentúa la tendencia
hacia su regulación como medio de limitarla y de hacerla transparente,
permitiendo a la ciudadanía tener un conocimiento cabal de esas actividades, lo
que permitirá su valoración política en cada caso dentro del proceso
democrático.
Sin embargo, la influencia o presión que ejerce cualquier
lobby o grupo de interés es directamente proporcional al poder que representa,
sea por los recursos de que dispone, por su influencia en la opinión pública o
por la capacidad de la movilización ciudadana. Y este poder dependerá de
factores muy diversos, entre ellos, del peso social que tengan los intereses
que defiende y de los recursos que se puedan poder a disposición de quienes ejercen
las actividades de lobby, sean económicos, organizativos o intelectuales.
De ahí que la defensa de los intereses
de la banca y los grupos financieros merezca una consideración aparte, más allá
del planteamiento sociológico global. De ahí que las actividades de presión
política de la gran banca tengan un alcance difícilmente comparable al que
puede disponer cualquier otro grupo de interés aunque sea también de alcance
mundial, en particular por la homogeneidad de esos intereses compartidos
basados en el dinero.
Por consiguiente, en el plano político de quienes deciden o
preparan las decisiones que afectan a las finanzas, el lobbysmo financiero alcanza
la mayor altura y sutileza sobre los centros de decisión de alcance mundial. Los proyectos de reforma
financiera que se gestaban en el seno
del Comité de supervisores bancarios en Basilea, en el Consejo de Estabilidad
Financiera y en los demás comités patrocinados por el G-20 y en los EEUU y en
la UE, formaron parte de la agenda del Foro Económico de Davos en enero de
2010; donde la élite de la banca tuvo oportunidades para mostrar su oposición a
las propuestas contrarias a sus intereses. Y un año más tarde, en enero de 2011,
Tim Geithner, Secretario del Tesoro de los EEUU, se reunía en Davos
privadamente con 14 altos ejecutivos de los más importantes grupos financieros
mundiales, entre ellos el británico Barclays, el holandés ING y el Credit
Suisse. Entre otras cuestiones, los grandes banqueros presionaban al
representante del gobierno estadounidense, quejándose por las propuestas de
regulación financiera de la Comisión europea, que supondrían diferencias
importantes con la legislación estadounidense y que eran contrarias al objetivo
establecido de una reglas comunes para el juego financiero planetario, según
contaban los reporteros de un periódico internacional, que en la misma
información se referían a “la feroz labor
de lobbying de los grupos financieros”
ejercida sobre las autoridades nacionales.
De ahí que este libro se focalice en los lobbys que sirven
al poder de los grandes bancos y los grandes grupos financieros, como grupo
social con recursos a menudo superiores a los del Estado y debido a que la
actividad financiera está interconectada mundialmente. Mientras bancos y firmas
financieras tienen capacidad legal para enviar libremente fondos de un extremo
del planeta al otro y realizar operaciones sin trabas con nuevos productos
virtuales en cualquier rincón del mundo civilizado, los Estados tienen unas
fronteras que limitan el ejercicio de su autoridad soberana y de su poder de
coerción. Y las instancias internacionales no van más allá de la coordinación,
condicionada por diferencias políticas, culturales o de intereses nacionales.
De modo que, por un lado, la libertad de innovación y de acción les ha
permitido a las entidades financieras desarrollar unos mecanismos autónomos que
han convertido los mercados financieros mundiales en un casino, donde los
riesgos de las jugadas pueden generan enormes pérdidas que se difunden por el
sistema y que los Estados terminan absorbiendo con cargo a los contribuyentes
para salvar el sistema que ha creado esa situación; un hecho histórico
acreditado por la experiencia reciente. Es la realidad que analizamos en
nuestro libro anterior ([i]),
al que nos veremos obligados a remitirnos en algunos puntos para la mejor
comprensión del alcance de la cuestión de los lobbys.
En el libro sobre Los
lobbies financieros, tentáculos del poder, intentamos aproximarnos a la
variada gama de instrumentos que son utilizados para persuadir o ejercer
presión sobre el poder político en nuestras democracias, con la finalidad de
mantener el referido statu quo del mercado financiero sin una regulación ni
supervisión que reduzca sus riesgos y los de la economía, a la que tendría que
servir en lugar de mantenerse como una realidad global que se impone sobre los
gobiernos. Intentamos dar visibilidad a la realidad de los lobbys financieros
que ejercen la presión e influyen, cuando no determinan las decisiones
políticas relativas a la economía y a la sociedad. Mediante la observación y el
análisis de las distintas organizaciones de alcance mundial, veremos qué
significan y cómo funcionan quienes hoy están dedicados a la defensa de quienes
se benefician del funcionamiento actual de los mercados financieros coartando
la política en las democracias.
[i] Juan
Hdez. Vigueras, El Casino que nos
gobierna. Tramas y juegos financieros a lo claro. Clave Intelectual, 2012