En febrero pasado The Economist (1/2/2014) contaba que, durante
la reunión de ministros europeos de finanzas en Atenas, hasta las señoras de la
limpieza les gritaban “asesinos” a los miembros de la Troika. En Lisboa se leen
pancartas de protesta que dicen “Fuck the
troika”; y en portugués se ha popularizado un neologismo, entroikado, que viene significar “económicamente
jodido”. Desde luego, este guardián
europeo al servicio de los bancos acreedores nunca ha suscitado la más mínima simpatía en
los países a los que suponía que venía a ayudar.
El trío del Banco Central Europeo, la Comisión Europea y el
Fondo Monetario Internacional es un organismo improvisado en mayo de 2010 para
el rescate de Grecia. Pero ha funcionado como un ente sin legitimidad
democrática, ideado para cubrir parcialmente el vacío institucional descubierto
con la crisis del sistema financiero globalizado. La eurozona ni siquiera disponía de un verdadero banco central (el BCE es solo
un emisor del euro hasta la fecha sin competencias para supervisar las cuentas
de los bancos a los que presta dinero) ni tampoco los gobiernos del euro disponían
de recursos para afrontar la crisis y el endeudamiento excesivo de loa bancos.
Muchos de quienes soñamos con una Europa federal, nunca
podíamos haber imaginado que en Europa se llegaran a aplicar las duras políticas neoliberales que el FMI
había venido aplicando en los países en vías de desarrollo que se habían
endeudado. Unas políticas que concedían préstamos a los gobiernos, bajo duras
condicionalidades que limitaban la soberanía de los países receptores, con
privatizaciones impuestas y fuertes reducciones de gasto público; que en la
Europa del Sur se han traducido en recortes de la protección social a las capas
más desprotegidas de la sociedad. Pero así se decidió entre bastidores por una
Unión Europea dirigida por gobiernos de la derecha conservadora y neoliberal. Y el FMI ha sido el eje central
del rescate de Grecia y de los de Irlanda, Portugal, España y más recientemente
Chipre.
La realidad es que la Troika ha marcado una línea radical de
empobrecimiento y desigualdad social, que ha roto los equilibrios internos que
habían alcanzado los países calificados como periféricos, contribuyendo a la
socialización de las pérdidas de los bancos. Teóricamente se diseñó como un mero
instrumento técnico del Consejo Europeo para el seguimiento y control del
cumplimiento de los programa de “consolidación fiscal” acordados, la mal
llamada política de austeridad. Todo ello con la anuencia de los gobiernos,
incluido el español, que participan en los Consejos Europeos, máximo organismo
gobierno de la UE; que han ido aprobando las medidas sugeridas por los “inspectores”
de la Troika, a los que el ínclito ministro español de Hacienda llamó “los
hombres de negro”cuando sostenía que nunca vendrían a Madrid.
Una “catástrofe política”
Es evidente que el papel de la Troika ha sido cuestionado
desde su creación, sobre todo por los propios ciudadanos afectados directamente
por políticas injustas. Dejando a un lado las fuertes protestas ciudadanas,
durante los más de tres años de actividad la Troika ha sido objeto de duras
críticas a su línea de actuación incluso dentro de la propia Comisión europea.
En un mitin en julio de 2013, la vicepresidenta de la Comisión, Vivian Reding
criticaba a la falta de transparencia del FMI
apelando a la disolución de tal ente asociado a las instituciones
europeas, opiniones que ratificaba posteriormente su portavoz. Y en una entrevista
en el periódico griego Kathimerini, Reding cuestionaba la legitimidad del Fondo
para intervenir en la Unión Europea:
“Los ciudadanos
europeos no confían en la Troika. Y tienen razón. Decisiones fundamentales como
el despido de miles de empleados públicos no pueden adoptarse a puerta cerrada.
Tienen que ser debatidas en el Parlamento Europeo, que ha sido elegido
directamente en unas elecciones”.
Y en esa dirección crítica daba un paso más el Director de
Notre Europe, un instituto de estudios regido por Jacques Delors. En declaraciones
a la Deutsche Welle, la radio nacional alemana, subrayaba que la imagen de la
UE se ha deteriorado completamente en países como Grecia, Portugal o España. “La Troika ha sido una catástrofe política
para la Unión Europea”, decía, porque ha significado una pérdida de
soberanía para los países sometidos a sus dictados.
Por su parte, a la altura de 2014, un portavoz del Banco de Francfort, Jörg Asmussen, apuntaba
que hay que replantear el mecanismo de la Troika, con un enfoque más integrado
en el marco europeo comunitario. Si el BCE va a ejercer la supervisón de la
gran mayoría de los bancos nacionales europeos, dentro del plan de la llamada unión bancaria, habrá
que evitar que el BCE se encuentre representado en los dos lados de la mesa,
como miembro del trío vigilante y como representante de los bancos de la
eurozona vigilados.
La ilegitimidad de la Troika
Cuando ya ha perdido relevancia, en particular mediática,
superada la fase de la amenaza sobre el euro, dos europarlamentarios abrieron
una investigación sobre los trabajos de este organismo tripartito, iniciando en
diciembre pasado, un examen para el Parlamento europeo, con encuestas que han
dado como resultado dos informes, uno de la comisión de Asuntos Económicos y
Monetarios y otro de la comisión de Empleo y Asuntos Sociales; los cuales
difícilmente a estas alturas pueden tener consecuencias políticas serias, al
menos ante las opiniones públicas de los países.
Porque sobre la Troika y su labor podemos destacar TRES
conclusiones políticas, deducidas de la observación de las informaciones
publicadas, como son:
La primera es su falta de legitimidad de origen y de
ejercicio. Para empezar, la expresión periodística frecuente de “troika
comunitaria” es una falacia total. La Troika no es una institución prevista en
los tratados europeos ni tampoco un organismo intergubernamental como tantos
otros creados por acuerdos del Consejo Europeo. Más aún, institucionalmente, la
presencia del BCE en la Troika es claramente una anomalía. El mandato del Banco
de Francfort no ampara la negociación con los gobiernos de los recortes de los
presupuestos nacionales ni las reformas de la legislación laboral ni mucho
menos las amenazas de cortar la liquidez a un país si este no cumple con los
deseos manifestados por el trío de vigilancia.
En segundo lugar, tenemos que añadir la falta de
transparencia en las actuaciones de la Troika, con un funcionamiento totalmente
opaco de modo que la opinión pública no conoce informes técnicos o comunicados oficiales
ni sus valoraciones de las situaciones de los países vigilados o las actas de
sus reuniones con representantes de los gobiernos vigilados. Los ciudadanos
solo conocen los retazos informativos de la prensa sobre documentos que se
suponen han llegado al Consejo europeo y a los gobiernos afectados, pero sin
generar debate alguno que haya trascendido.
Y en tercer lugar, resulta particularmente escandaloso que el Parlamento europeo no haya tenido ni
tenga acceso a la documentación elaborada
por la Troika; y que este organismo espurio ajeno al marco legal europeo no
rinda cuentas ante los eurodiputados, únicos representantes directos de los
pueblos europeos. La investigación parlamentaria referida es una prueba de ese
descontrol. Una vez más, en esta UE,
deficitaria democráticamente, un
instrumento supuestamente técnico se le autoriza para ejercer acciones políticas alejadas de las
democracias nacionales que fundamentan la estructura institucional europea.
Y es que el diseño de este nuevo organismo del gobierno
europeo ha venido inspirado por el referente ideológico que comparten la
tecnocracia europea y los gobiernos nacionales con los altos gestores de la
banca. Los poderes financieros que controlan en la sombra las decisiones de las
instituciones europeas, aprovecharon el endeudamiento privado convertido en
deuda pública de los Estados sin acceso ya a los mercados internacionales, para
imponerles políticas no incluidas en los
respectivos programas de gobierno votados en las elecciones generales.
¿Tendrán en cuenta los ciudadanos y los partidos europeos
estas experiencias recientes en las próximas elecciones europeas?
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