Observemos el gesto defensivo de Mario Draghi frente una estudiante
alemana de veintiún años cuando hace días daba un salto y rociaba con confeti al hombre más poderoso
de la Unión Europea. Ajenos a los debates y procesos electorales democráticos,
los tecnócratas europeos en su cumbre ignoran las inquietudes ciudadanas. De
ahí su desdén por las consecuencias que sus decisiones tienen sobre la vida de
las personas corrientes. Y las del presidente del Banco Central Europeo alcanzan
a una zona monetaria de más de 300 millones de personas, muchos de los cuales
han visto mermado su nivel de vida o caído en la exclusión social.
Draghi goza de un poder autónomo que se impone sobre las
democracias que integran la UE. En julio 2012, soltaba aquella frase histórica de que estaba
dispuesto a hacer lo que fuera necesario
para mantener el euro; y la crisis del euro se acabó. Nadie se percató que
no había dicho que iba a contribuir a recuperar las economías europeas en
crisis o recuperar el empleo sino que revelaba su disposición y capacidad para
mantener a los bancos a flote, para que ganaran dinero como así ha sido, tras
haber contribuido a su rescate con anteriores “inyecciones de liquidez”, con
dinero del contribuyente.
Y es que Draghi, exvicepresidente de Goldman Sachs de 2002 a
2005 y vinculado a la “comunidad financiera”, encarna la filosofía de Wall
Street. Su mirada no contempla la economía real, la que crea riqueza y empleo,
sino las finanzas. De modo que en marzo último, comenzaba la aplicación de la
nueva política monetaria del Banco Central Europeo de flexibilización cuantitativa (quantitative
easing o QE en la terminología anglofinanciera). Hasta septiembre de 2016,
el BCE comprará a los banco privados bonos de los Estados y de las grandes
empresas por valor de más de un billón (doce ceros) de euros, unos 60,000
millones al mes, con el pretendido objetivo de revitalizar la economía de la
eurozona y de contener la deflación. Y de paso apoyará en la coyuntura
electoral a los Gobiernos más leales al poder bancario como el español, que en su argumentario incluye la supuesta
recuperación económica, ejemplificada en el bajo nivel de la mal llamada prima
de riesgo. Ignorando que es la abundancia de liquidez, de dinero barato, que inunda
los mercados del dinero, la que hace que los inversores bajen la exigencia de
rentabilidad de los títulos de deuda pública.
Un billón de euros para los bancos privados
Así que no es
sorprendente que el billón de euros de nuevo dinero que el banco central de la
eurozona está creando, no sea para ayudar a sobrevivir a Grecia, por ejemplo;
ni tampoco vaya a contribuir al aumento del crédito a las PYMES o al consumo en
España, Italia o Portugal; ni a sacar a
la economía de la depresión alimentando la inversión y el gasto público. Es
simplemente un regalo a los bancos, a los que el BCE les comprará bonos y
acciones, incluyendo la compra de acciones y bonos estadounidenses. Como los
tratados europeos prohíben que el BCE suministre liquidez directamente a los
gobiernos de la eurozona, se la suministra a los bancos privados a bajo precio (al
0,05 de tipo de interés) para que estos adquieran los títulos de deuda pública
y desarrollen sus negocios financieros globales. Negocios que no reactivan las
economías sino “los mercados”, los mercados financieros mundiales.
Detrás de esta política del BCE encontramos la vieja teoría
del goteo, de que el crecimiento o la mejora económica de unos se derrama sobre
todos los demás, porque “el crecimiento es una ola que eleva a todos los barcos”.
Una falacia que aún sigue alimentando las políticas neoliberales europeas e
incluso la crónica económica. Pero que Thomas Piketty ha desmentido con gran acopio
de datos históricos (véase El embuste de
la “teoría del goteo” en Rebelión) Para el Banco de Francfort, si se hace
más rico al sector financiero, es decir, al uno o al diez por ciento de la población, mejorará toda la
sociedad. Basta que unos se enriquezcan para que todos seamos más ricos.
Sin embargo, la realidad de la flexibilidad cuantitativa es la opuesta, como demuestra la
experiencia de los EEUU analizada por Michael Hudson, profesor investigador de
economía en la Universidad de Missouri-Kansas City y autor, entre otros, del
libro The Bubble
and Beyond and Finance
Capitalism and Its Discontents. En lugar del goteo hacia abajo, este suministro de dinero barato
a la banca aumenta el valor de las acciones y los bonos y los bienes inmobiliarios
para el 1% y el 10% de la sociedad, acrecentando la brecha en la economía en detrimento
de la retribución del trabajo. Así tenemos que esta política de generosidad
monetaria explica en gran parte el hecho de que desde 2008 la distribución de
la riqueza, la desigualdad económica, haya
empeorado en lugar de mejorar.
Incentiva las privatizaciones
Para cualquier observador de la realidad contemporánea, el
interés de los bancos no es estimular para que se reactiven economías sino que
es extraer el interés de la propia economía. Y una fuente es el sector público,
porque el sector financiero utiliza parte de su creciente riqueza para presionar
a favor de las privatizaciones. Y el problema es que cuando se privatiza una
empresa pública, se está regalando un monopolio, como vimos con Telefónica o
veremos con AENA; y como simultáneamente se desregula ese sector económico, al
nuevo monopolio se le permite la creación de peajes sobre la economía, como los
peaje de las autopistas o la comunicación.
Ese flujo de nuevo dinero barato de los contribuyentes europeos servirá
a quienes que se aprovechen de las privatizaciones griegas.
Así, el BCE, con los otros integrantes de la Troika, le está
diciendo a Grecia que continúe con las privatizaciones para obtener el dinero necesario
para pagar a los tenedores de bonos, al BCE y al FMI. De modo que la política
monetaria de flexibilización cuantitativa nutre a la banca para facilitar la
privatización del sector público. El resultado es que la economía aumenta su
dependencia paulatinamente de los bancos para conseguir liquidez para crecer,
en lugar de que sea la inversión y el gasto público el que impulse una economía
en crisis. Y de este modo nos encontramos que los gobiernos carecen de
capacidad de inversión en las infraestructuras que se van haciendo añicos, como
está ocurriendo con los puentes y túneles en los Estados Unidos.
Luego, el gobierno alega que carece de dinero para ayudar a
construir nuevas infraestructuras; y apela a la intervención de inversores
privados. El profesor Hudson apunta que de este modo la economía nacional termina
pareciéndose a Chicago, una ciudad que vendió sus aceras y sus parquímetros a
Goldman Sachs y otras firmas de Wall Street. De repente los precios de
aparcamiento y circular con coche se volvió carísimo para quienes viven en
Chicago, en lugar de una bajada de los costes como se había prometido que
ocurriría con la privatización. El mismo fenómeno que ya había sucedido en la Inglaterra de Margaret Thatcher. El profesor de Missouri ha
explicado muy bien la experiencia de la política monetaria de flexibilización cuantitativa en los EEUU.
Incrementa los negocios financieros
Si desde la crisis financiera la desigualdad económica y el
reparto de la riqueza ha empeorado, ha sido en gran medida por esa política
monetaria a favor de la banca practicada
en los EEUU, en el Reino Unido y con los rescates bancarios en Europa.
Estos manguerazos de dinero a los bancos han incrementado el valor de los
activos bursátiles que pertenecen al 1 o al 10 por ciento de la población. Y es
que en los EEUU, la preocupación de la Reserva Federal ha sido los bancos que
son su base electoral.
En consecuencia, los efectos de la flexibilización monetaria
han sido promover los precios de los bienes inmobiliarios como si la elevación
de los costes de las viviendas contribuyera a la recuperación de la economía.
Lo cual resulta falso porque en la medida en que la flexibilización monetaria
reactiva de nuevo la inflación de los precios de las viviendas, los nuevos
dueños tienen que dedicar una porción mayor de su renta a los bancos como
intereses. Lo que se traduce en menos dinero para pagar bienes y servicios, de
modo que el consumo sigue encogido. Eso mismo lo estamos viendo ya en España.
Por otro lado, actualmente el efecto de la flexibilización
monetaria ha llevado a la desesperación de los gestores de los fondos privados de
pensiones a causa de las bajadas de los tipos de interés de los bonos del
Tesoro, donde solían realizarse inversiones a largo plazo libres de riesgo. El nuevo
dinero logrado por la banca se ha ido a Wall Street, a los gestores de activos
y a los hedge funds, a los fondos de
inversiones de alto riesgo. Para empezar, los gestores de estos fondos de
inversiones especulativas se llevan un buen pellizco con las comisiones. Y aun
peor, cuando estos fondos especulativos y los grandes bancos como Goldman Sachs
o Citibank ven entrar por la puerta a un gestor de fondos - cuenta Hudson - lo
que piensan es que cómo lograr que el dinero de su bolsillo pase al suyo. Algo
que logran por los medios que sean. De ahí, que haya tantas demandas judiciales contra Wall Street por la
mala gestión del dinero de los fondos de inversiones.
Objetivo último: la financiarización
En resumidas cuentas es el fenómeno de la financiarización de
la economía, del sometimiento de la economía real a los negocios financieros;
donde la motivación se centra en el mero lucro financiero que genera todas las
decisiones que pesan sobre la economía real. En ese sentido, el profesor Hudson
denuncia la política monetaria de la flexibilización cuantitativa y la negativa
de los bancos centrales, como es el caso del BCE, para financiar políticas públicas
de reactivación económica (excepto para pagar los tenedores de bonos y rescatar
a los bancos comerciales) que viene a ser un nuevo tipo de guerra de clases. No
es que haya resurgido la antigua lucha de clases que se daba estaba entre patronos
y trabajadores por los salarios y el reparto de los beneficios de las empresas. Sino que con una medida salvíficas de este
tipo tras otra, el sector financiero prosigue su avance apoderándose de la
economía, y en especial del sector
público, del domino público y de los servicios públicos y de cualesquiera que
sean activos de que disponga un gobierno. Mientras los gobiernos de la Eurozona
sigan sin poder pedir préstamos al BCE, tendrán que lograrlo de los bancos y de
los mercados, sometiéndose a su dictado, más o menos encubiertos.--
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