“Every other country goes into these
places and they do what they have to do… It’s a horrible law and [the Foreign
Corrupt Practices Act] should be changed.”
"Todos los demás países van a estos lugares y
hacen lo que tienen que hacer... Es una ley horrible y [la Ley de Prácticas
Corruptas en el Extranjero] debería cambiarse" escribió Donald Trump en uno de sus tweet. Y en noviembre de 2017, en
conferencia de prensa en la Casa Blanca, el presidente de los EEUU calificaba
la Ley de Prácticas Corruptas en el
Extranjero como una ley "ridícula" y " horrible" porque dificulta que las
empresas estadounidenses compitan en el extranjero. Pero esta Ley de 1977,
enmendada en 1978, que prohíbe a las empresas pagar sobornos a funcionarios en
el extranjero, sigue siendo una parte clave del combate de EEUU contra la
corrupción mundial. Dado que esta legislación se aplica a cualquier empresa, incluidas
las empresas extranjeras que tienen intercambios y conexión con los EEUU, a lo
largo de los años ha llevado a juicio a numerosas las multinacionales como
Siemens, Daimler AG, Halliburton y Lockheed. Y desde luego coarta la libertad de
acción de los promotores de grandes torres urbanas enfrentados a entornos legislativos
estrictos en algunos países.
Indudablemente, las actividades empresariales de alcance
internacional, desarrolladas durante décadas por el actual inquilino de la Casa
Blanca en Washington, le otorgan fundamento a su opinión en el sentido de que
la legislación antisoborno estadounidense puede ciertamente representar en
muchos casos un obstáculo para negocios como los inmobiliarios y afines, en los
que pesan fuertemente dos factores claves como son la necesidad de financiación
(a menudo ligada al blanqueo de capitales) y la intervención estatal (frecuentemente
ligada a la corrupción política).
Los negocios inmobiliarios son de alto riesgo económico y público
Para entender el gran problema político que afronta hoy el
Congreso de EEUU hay que reflexionar sobre la biografía empresarial de su
Presidente. Según todas las informaciones, hasta su llegada a la Presidencia las
actividades empresariales de Donald J.Trump se han centrado básicamente en
negocios inmobiliarios, como la adquisición de extensos solares o inmuebles, la
construcción de grandes torres urbanas y su explotación comercial, aunque
también haya tenido relevancia su participación en la explotación de casinos de
lujo y organización de grandes espectáculos. Negocios para los que se requiere
una sustancial aportación inicial de dinero generalmente ajeno o financiación externa a medio y largo plazo.
En otras palabras, son empresas que requieren la aportación de inversiones
millonarias que quedan asociadas al riesgo del posterior resultado del propio
negocio; es decir, a la recuperación de esas inversiones mediante la
comercialización posterior de apartamentos y locales, sea por venta o alquiler.
Negocios en los que la procedencia ilegal del dinero facilita el crédito y disminuye
sustancialmente su coste. Es sabido que las inversiones de dinero sucio resultan
más baratas para el receptor que las procedentes del dinero legal. De ahí la
frecuencia con que los grandes negocios
inmobiliarios son la vía más corriente para el lavado de dinero del
narcotráfico, la corrupción o el latrocinio. Y asimismo se ven estimulados por
entornos políticos neoliberales como demostró la crisis financiera.
Más aún, son un tipo de negocio cuya rentabilidad arriesgada
en alto grado que, además de demandar sustanciales cifras iniciales de
efectivo, depende mucho del entorno legal vigente, puesto que exige la
obtención de permisos y autorizaciones de autoridades locales, regionales o
nacionales, bien para la construcción como para la dotación de instalaciones y
servicios o el alquiler o venta del producto final o de la administración y
gestión de las viviendas y locales comerciales resultantes. En otras palabras,
la rentabilidad de los negocios inmobiliarios está ligada estrechamente con la
política, la legislación y las reglamentaciones urbanísticas de cada país. De
donde el logro de facilidades de las
autoridades implicadas mediante el soborno reduce los costes finales y mejora
la rentabilidad del negocio. De ahí también la frecuencia con que la promoción
inmobiliaria resulta asociada a la corrupción política de las autoridades y
funcionarios implicados que flexibilizan la aplicación de leyes y reglamentos;
o que simplemente las ignoran y toleran su inaplicación.
Unos cuantos episodios de la trayectoria empresarial de
Donald Trump nos ayudaran a comprender su oposición contra la legislación
estadounidense sobre corrupción. Y asimismo entenderemos por qué el lavado de
dinero sucio ha sido incluido, según cuenta la prensa estadounidense, en la
investigación en curso de Robert Mueller, el fiscal especial designado por el
Departamento de Justicia para indagar sobre la injerencia de Rusia en las
pasadas elecciones presidenciales de los EEUU, que comprende a cierto número de
colaboradores.
Es conocido que desde que se convirtió en presidente de los
Estados Unidos, numerosas investigaciones y artículos han indagado en los
negocios de Trump y sus presuntos vínculos con criminales y personajes sombríos. Esto es relevante porque
parece probable que, después de sus diversas bancarrotas, al menos una parte
del imperio empresarial de Trump se haya construido sobre fondos imposibles de
rastrear por su aparentemente vinculación con redes criminales rusas.
La obtención de dinero fresco: La venta de la mansión en
Florida
En el libro (recomendable) de amplia difusión internacional
Collusion (2017), el periodista
británico Luke Harding sostiene que durante cuatro décadas el imperio
inmobiliario de Trump ha funcionado eficazmente como una laundromat, una lavadora automática para el dinero de Rusia. Los
fondos que salían desde la antigua Unión Soviética se desparramaban en los bloques
de pisos y lujosos apartamentos de Trump. Incluso mientras el candidato Trump
hacia campaña por la presidencia en Iowa y New Hampshire, sus asociados seguían
insistiendo en conseguir dinero de Moscú y permiso para la construcción de una
torre en Moscú, un proyecto acariciado desde muchos años atrás. De esa seria
investigación periodística extraemos algunos datos muy sugerentes.
Un ejemplo significativo que se cita es la venta de la mansión
de Trump en Florida, de la que obtuvo limpiamente 50 millones de dólares de
beneficio. Situada en Palm Beach, en el estado de Florida, bajo el nombre
francés Maison de l´Ámitié, disponía de 18 dormitorios, fuentes griegas, una
enorme piscina, garajes subterráneos y un jacuzzi con vistas al océano. En 2004 Trump la adquirió por 41 millones y
cuatro años más tarde la vendió por 95. Todo un extraordinario beneficio, aun
descontando la inflación, el repintado de los edificios, el atractivo de la
marca Trump y los caprichos de un megarrico que buscaba invertir en los EEUU.
El comprador, un oligarca ruso, Dimitry Rybolovlev, ya
estaba registrado como multimillonario por la revista Forbes y, entre otras
propiedades inmobiliarias y una
importante colección de grandes pintores, años después sería el dueño del
Mónaco Club de futbol. Lo curioso es que nunca llegó a pisar esa gran finca en
Florida, ni habitó la mansión ni mostro interés hasta el extremo de que más
tarde fue demolida. Sin embargo, en 2016, durante la campaña electoral de
Trump, su avión privado, un Airbus A319 registrado en la Isla de Man, fue visto
con frecuencia en los aeropuertos estadounidense de ciudades donde Trump
realizaba mítines electorales, según informaciones de prensa; uno de tantos
testimonios que alimentan los interrogantes sobre la implicación rusa en la
última campaña presidencial estadounidense.
El Trump Ocean Club International & Tower de Panamá
A principios de la década de 2000, una serie de quiebras
significaron que Donald Trump fuera rechazado por la mayoría de los bancos
prestamistas. En su búsqueda de crédito, comenzó a vender su marca comercial para
proyectos inmobiliarios de alta gama. Un reciente informe de la veterana ONG británica Global Witness examina en detalle las conexiones criminales que
impulsaron uno de esos proyectos, el Trump Ocean Club International Hotel y
Tower en Panamá, y cómo este caso ofrece algunos de los mismos rasgos inquietantes
que otras promociones inmobiliarias de Trump.
Es posible que Trump no se propusiera deliberadamente
facilitar la actividad delictiva en sus negocios, señalan los autores del
informe. Pero esta investigación muestra que vendía la licencia de su marca
comercial de alto rango a promotores inmobiliarios de todo el mundo. Y uno de
estos casos fue el lujoso Trump Ocean Club International Hotel and Tower en
Panamá en cuya construcción y promoción los intereses financieros de Trump se
alinearon con los de los delincuentes que buscaban blanquear ganancias ilícitas;
sin que al parecer el empresario estadounidense hubiera hecho poco o nada para
evitar esto. Y lo que está claro es que las ganancias del narcotráfico de los
cárteles colombianos se lavaron a través del Trump Ocean Club mediante la
compra de unidades hoteleras; y que
Donald Trump fue uno de los beneficiarios, ganando decenas de millones de
dólares.
En el caso del Trump Ocean Club, aceptar dinero fácil y
posiblemente sucio, desde el principio habría sido en interés de Trump; porque
era necesario un cierto volumen de ventas previas a la construcción para
asegurar el financiamiento del proyecto, que a fines de 2010 le costaría 75,4
millones de dólares. Uno de los hombres involucrados en el plan fue David
Eduardo Helmut Murcia Guzmán, quien posteriormente fue sentenciado a nueve años
de prisión por un lavado de millones de dólares. Otro fue Alexandre Henrique
Ventura Nogueira, quien vendió unidades en el Trump Ocean Club y más tarde
admitió que algunas de las personas con las que hacía negocios eran miembros de
la mafia rusa. Los familiares de Trump supuestamente estuvieron involucrados en
la administración directa de este proyecto panameño.
En el reportaje de Newsweek sobre el citado informe, se
subrayan las manifestaciones del subdirector de la Fundación Sunlight, Alex
Howard: "Esto es intrínsecamente un
problema político. El gobierno puede investigar una empresa, incluso la del
presidente. El problema aquí es que se trata del presidente, y el Congreso no
lo hace responsable de lo que ha hecho en este contexto. No están llevando a
cabo audiencias sobre la Organización Trump, y el propio presidente no está
siendo transparente".
El informe de Global Witness dice que el proyecto de Panamá
es un caso de manual de blanqueo de capitales. "Invertir en propiedades de lujo es una forma probada y confiable para
que los delincuentes transfieran dinero contaminado al sistema financiero
legítimo, donde pueden gastarlo libremente. Una vez limpiado de esta manera,
las vastas ganancias de las actividades delictivas como el tráfico de personas
y las drogas, el crimen organizado y el terrorismo pueden llegar a los EEUU. Y
a otros lugares".
Y es que numerosas investigaciones han demostrado que Trump
rara vez investiga a las personas con las que contrata o hace negocios. En su
lugar, los observadores dicen que aplica un patrón fijo de acuerdos comerciales
con personas sospechosas de lavado de dinero y corrupción. Y el negocio en
Panamá fue un típico ejemplo.
La construcción de la Trump Tower en Nueva York
Algunas informaciones de la prensa internacional registran
unos diez gigantescos edificios promovidos y construidos por la Organización
Trump que portan su nombre, desde New York City a Panamá o Manila pasando por
Estambul; aunque todavía no ha podido hacer realidad su proyecto de construir
una Torre Trump en Moscú, en las proximidades del Kremlin, que tantas veces ha
mencionado en declaraciones públicas.
Pues bien, durante mucho tiempo Donald Trump les ha vendido
bienes inmobiliarios a compradores rusos y euroasiáticos, incluso desde que
comenzó la construcción de la Trump Tower de la ciudad de Nueva York en el año
1980, según relata el libro referido. En unos casos eran compradores legítimos,
pero otras ventas estaban estrechamente ligadas al crimen ruso organizado. En
los años en que los bancos occidentales se mostraban reacios a concederle
préstamos al insigne promotor inmobiliario y el crédito se había evaporado, los
ingresos generados en la antigua Unión Soviética parece que rescataron a Trump
de la ruina económica. Tras los años setenta en que emigraban a EEUU los
refugiados judíos con importantes fondos, posteriormente la mayor parte del
dinero que salía de Rusia en los últimos años del comunismo provenía de la
mafia rusa. Esto significaba mover efectivo en grandes cantidades, utilizando
contactos de Israel como cauce pero más frecuentemente el flujo se producía vía
bancos en Luxemburgo y Suiza; mientras estos recibían depósitos de oro y
piedras preciosas.
La Trump Tower de Nueva York se abrió en 1983. Y entre los nuevos arrendatarios encontramos
a recién llegados del Este europeo con considerables recursos en efectivo. Al
año siguiente de su inauguración, Trump vendió cinco apartamentos en la planta
53 a un cliente llamado David Volatín, un supuesto socio del jefe de la mafia
ruso-ucraniana Semion Mogilevich, por 6 millones de dólares; quien utilizó esas
propiedades para "lavar dinero y
proteger activos", como señalaron los fiscales; es decir, para llevar
a cabo una estafa mediante el contrabando de gasolina. Hasta que en 1987 un
tribunal le condenó a dos años de prisión por fraude fiscal; se declaró culpable, eludió la fianza y huyó a
Polonia, aunque finalmente fue extraditado a EEUU y encerrado.
A principios de los noventa llegó a EEUU otra oleada de
dinero provocada por la caída de la URSS, por el caos durante la etapa de las
privatizaciones del presidente Boris Yeltsin y el extenso saqueo de los activos
y propiedades hasta entonces pertenecientes al Estado ruso. Gran parte de ese
dinero se dedicó a negocios mafiosos de la prostitución, los casinos y el contrabando
de armas, en parte radicados o dirigidos desde los EEUU, por lo que dieron ocupación
a los agentes del FBI. Las recientes investigaciones encuentran muchos indicios
de algún tipo de asociación con la Organización Trump. Desde luego la realidad
es que los clientes rusos que adquirían los lujosos apartamentos y propiedades
de Trump, fueron el núcleo de sus negocios inmobiliarios o derivados de estos.
Y el citado periodista investigador de The Guardian, sostiene que eso tuvo
lugar desde sus primeros tiempos como empresario-promotor inmobiliario o
mediante asociaciones temporales de empresas, en las que aportaba la licencia
de su marca a los inversores extranjeros, desde Panamá a Bakú en Azerbaiyán y
Toronto en Canadá. Al parecer, los vínculos de Trump con el submundo del crimen
organizado fueron poliédricos como lo eran sus socios más cercanos.
Ya en 2011, en la era del presidente Obama, los agentes del
FBI consiguieron una orden judicial para pinchar el teléfono y localizar como
objetivo a Vadim Trincher, un jugador de póker sospechoso de gestionar un
círculo de salas de juego desde un apartamento en Nueva York. Se trataba de un acaudalado ruso, que había
adquirido la suite en 2009 a otro megarrico ruso, Oleg Boiko, pagando 5
millones de dólares en efectivo. Durante dos años el FBI realizó el seguimiento
de las actividades que tenían lugar en el interior de un lujoso apartamento, el
numero 63 A en la planta 51 de la Trump Tower, que desde ese momento se
convirtió en un escenario significativo del delito. Donald Trump vivía tres
plantas encima del tal Tricher, en un lujoso ático triple. Las operaciones de casino eran gestionadas
por un hijo de Trincher, en la planta 51 que había sido adquirida toda por 20 millones
de dólares por un libanés estadounidense, marchante de arte y dueño de una
destacada galería en N York llamado Helly Nahmad; al que los agentes federales
habían identificado mediante las escuchas telefónicas; y al que tras el juicio
le cayeron cinco meses de prisión. En
2013 agentes del FBI registraron la Trump Tower en una operación en la que
fueron detenidas treinta personas. A Trincher le cayeron cinco años de cárcel y
en el juicio se supo que había lavado unos 100 millones de dólares, los
beneficios de las operaciones de casino, mediante una sociedad offshore domiciliada
en Chipre.
Todos estos personajes referidos y sus modus operandi ilustran
quienes integraban la clientela y los socios del actual Presidente de los EEUU
en sus largos años de promotor inmobiliario internacional.
El Deutsche Bank, acreedor de Donald Trump
Ciertamente desde la época de Yeltsin, los bancos
occidentales tuvieron sus cajas fuertes abiertas para los estafadores y
lavadores de dinero sucio de Rusia. Y estos bancos fueron siempre reacios a
pedir cuentas a Rusia pero si a alimentarse con bonus, comisiones, sobornos e
instrucciones, como analiza la historiadora Karen Dawisha en su libro Putin´s Kleptocracy. El caso es que una
vez más, el Deutsche Bank fue un punto de entrada del dinero sucio ruso en el
sistema financiero global; y Donald Trump ha sido un asiduo cliente de este
banco alemán. El último capítulo del citado libro del periodista investigador,
está dedicado a las complejas relaciones del Deutsche Bank como acreedor con
Donald Trump; y del banco alemán con el blanqueo de capitales rusos; hechos que
podrían tener relevancia para la referida investigación de Robert Mueller, el fiscal
especial del Departamento de Justicia de EEUU.
Según el relato del citado libro, en 2005 Donald Trump
logró del Deutsche Bank en Nueva York el préstamo de una suma importante para
financiar la construcción del Trump
International Hotel & Tower en Chicago, garantizando personalmente el reembolso
de 640 millones de dólares. Pero cuando estalló la crisis financiera en Wall
Street, el crédito impagado todavía ascendía a 330 millones de dólares que le fueron
reclamados ante los tribunales. Y este singular litigio de Trump con el Deutsche
Bank se cerró de modo extraño en 2010 con la obtención de un nuevo crédito,
pero esta vez concedido de otra parte de la organización del banco alemán, la
división de banca privada o de grandes fortunas. Según los datos de Bloomberg,
cuando Trump alcanzó la presidencia debía al Deutsche Bank en torno a 300
millones de dólares, cuya devolución vence en 2023 y 2024. Es decir, que el
país más importante del mundo está presidido por un deudor del Deutsche Bank.
Y durante todo ese tiempo, el Deutsche Bank ha estado
lavando dinero sucio de Rusia en cantidades multimillonarias, porque durante
cuatro años participó con otros bancos globales en un plan mundial de blanqueo
de dinero sucio que permitió a grandes delincuentes bombear más de 20.000
millones de dólares desde Rusia hacia paraísos fiscales offshore, adquisiciones
inmobiliarias en Reino Unido, joyas, honorarios de colegios de élite e incluso
giras musicales de rock. Los millones de dólares fueron transferidos gracias a la banca conforme a un plan denominado The Global Laundromat
(La lavandería global), utilizando
firmas británicas de propiedad anónima que desempeñaban un papel importante.
Las agencias policiales revelaron cómo un grupo de rusos
políticamente bien conectados fueron capaces de utilizar las empresas
registradas en el Reino Unido para lavar miles de millones de dólares en
efectivo. Las empresas se hacían préstamos ficticios entre sí, suscritos por
empresas rusas, que terminaban incumpliendo el pago de estas
"deudas". Lo que hacía que los jueces en Moldavia dictaran sentencias
judiciales contra las compañías y las hicieran cumplir. Lo que permitía transferir
legalmente enormes cantidades desde las cuentas bancarias rusas a Moldavia. De
allí, el dinero pasaba a las cuentas de un pequeño banco de un pequeño país, del
Trasta Komercbanka en Letonia, para el cual el Deutsche Bank actuaba como "banco corresponsal". Esto
significó que el Deutsche Bank proporcionaba servicios denominados en dólares a
los clientes rusos del Trasta no residentes.
Este caso ejemplifica cómo se engarzan las operaciones
bancarias en el plano internacional, obstaculizando la persecución policial del
blanqueo de capitales por la ausencia de medidas estructurales que controlen o
corrijan la interconectividad bancaria. La gran pregunta es por qué no
rechazaron las transferencias de dinero sospechoso, según las informaciones
desveladas por el periódico The Guardian.
En todo caso
queda evidente una vez más la inclinación del Deutsche Bank por la labor de
blanqueo de capitales, que podría haber facilitado la concesión generosa de
créditos a clientes como Donald Trump. Aunque el asunto podría tener un alcance
mucho mayor si la investigación oficial del fiscal especial Robert Mueller
alcanza su meta. En un artículo de la prestigiosa revista estadunidense The
Atlantic de 19 de enero de 2018, se destaca que "de todas las preguntas sobre las intrigantes relaciones entre Trump y
Rusia, la cuestión de si el Kremlin podría haber lavado dinero a través de la
Organización Trump para chantajear a Trump no siempre ha sido destacada,
oscurecida por conexiones más directas, como las discusiones entre funcionarios
rusos y altos responsables de la campaña presidencial de Trump, como Donald Trump Jr.; el procesado
George Papadapoulos u otros personajes más inquietantes del dossier de Trump".
Y de ahí el título del artículo: Is
Money-Laundering the Real Trump Kompromat? "¿El
lavado de dinero es el verdadero Trump Kompromat?"
Kompromat es un vocablo ruso (literalmente
«material comprometedor») para describir datos comprometedores sobre un
político u otra figura pública, que las agencias de espionaje rusas podían
utilizar en un futuro como chantaje o para asegurar lealtad. Vocablo de
uso generalizado en los medios estadounidenses desde la emergencia del asunto
Trump-Rusia.
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