El coronavirus fue declarado pandemia por la OMS cuando se evidenció que afectaba a varios
países, como enfermedad infecciosa letal que ha llegado a desbordar los grandes
hospitales de los países más desarrollados, paralizando las economías, desde
las fábricas de automóviles en todo el mundo hasta las líneas aéreas; y el
despido de los millones de actores y trabajadores de Bollywood, la industria
cinematográfica hindú; la suspensión de la liga NBA en los EEUU y los
Campeonatos de fútbol nacionales o internacionales; o el cierre de hoteles,
tiendas, restaurantes o peluquerías en
multitud de ciudades del mundo. Las cadenas internacionales de TV nos ofrecen
imágenes impactantes de plazas y calles sin viandantes en las grandes ciudades
del mundo que muestran un planeta casi paralizado. Y junto a los aviones
estacionados en las pistas de los aeropuertos, se ha detenido el comercio
internacional y el turismo. Y nadie sabe realmente cómo será la denominada la nueva normalidad o new normal life.
Es demasiado pronto para predecir cuándo terminará la
crisis sanitaria y la ya anunciada recesión económica. Ya sea en 6, 12 o 18
meses, el tiempo dependerá del grado en que las personas sigan las pautas de distanciamiento
social y la higiene recomendada; la disponibilidad de pruebas rápidas, precisas
y asequibles, medicamentos antivirales y una vacuna; y además el alcance del
alivio económico proporcionado a individuos y empresas. Sin embargo, el mundo
que surgirá de la crisis será reconocible pero distinto en no se sabe qué
dimensiones, apunta el citado autor. Pero por lo pronto, veamos cómo la
pandemia ha puesto de relieve la fragilidad de la globalización económica.
La producción industrial multipaís, de gestión empresarial o
de suministros médicos, cuestionadas.
La pandemia global causada por el nuevo coronavirus, covid-19,
está exponiendo la fragilidad de este sistema económico globalizado, tanto el
modelo de producción industrial como las técnicas de gestión de las empresas o
en las políticas nacionales de suministros médicos. Como apuntan los expertos, algunos sectores
económicos, particularmente aquellos con un alto grado de saturación productiva
y en los que la producción se reparte entre múltiples países, podrían capear la
crisis relativamente bien. Otros podrían estar a punto de colapsar si la
pandemia impide que un solo proveedor en un solo país, produzca un componente
crítico y ampliamente utilizado.
La fragilidad de la producción industrial integrada en
varios países y las dificultades de su desconexión, ya fue apuntada en los
estudios sobre la prevista repercusión del Brexit sobre la economía del Reino Unido, que el acuerdo final de
divorcio habría de resolver. Y sabíamos que desde hace décadas un automóvil se
produce en varios países. Pero la pandemia del coronavirus ha descubierto con toda su crudeza la
vulnerabilidad de los procesos industriales que se desarrollan entre varios
países.
El caso de los
fabricantes de automóviles de Europa occidental es un ejemplo paradigmático
de las derivaciones de la pandemia del covid-19, al enfrentarse con la escasez
de pequeños productos electrónicos porque un solo fabricante, la compañía MTA
Advanced Automotive Solutions, se vio obligada a paralizar la producción en una
de sus plantas en Italia. En febrero de 2020, The New York Times relataba de modo vivo la dramática situación planteada cuando el
coronavirus llegó al Norte de Italia, a su corazón industrial. Y tuvo que
cerrar la compañía MTA Advanced Automotive Solutions, que fabrica piezas para
los sistemas eléctricos de automóviles suministrados a algunos de los
fabricantes de automóviles más grandes del mundo. El director ejecutivo de la
compañía, Falchetti, destacaba el periódico neoyorquino, ya era un veterano en
la batalla para contener la epidemia mundial, porque una de sus fábricas se
encuentra en Shanghai y para el 17 de febrero, aquella planta estaba en pleno
funcionamiento. Cuando en enero el coronavirus explotó en una emergencia de
salud pública en China, el grupo
empresarial se vio obligado a reducir significativamente la producción y operaba
con una pequeña fracción de su fuerza laboral habitual. Pero menos de una
semana después, la MTA enfrentaba un problema en otra fábrica, en la ciudad
italiana de Codogno: el coronavirus había surgido allí, lo que provocó que el
gobierno regional cerrara todas las plantas locales. Al poner en cuarentena a
esta ciudad de 16,000 personas a unos 60 kms de Milán, el gobierno italiano corría
el riesgo de dejar a las plantas automotrices de toda Europa sin componentes
críticos, advertía el mencionado alto ejecutivo. Pero el gobierno regional planteó
el cierre de todas las plantas locales, alegando que un cierre completo de la
instalación no era solo un problema italiano sino que afectaría a todos. El
citado ejecutivo decía que “en última instancia, nuestro negocio, de
hecho, creo, la mayoría de los negocios en el mundo de hoy es parte de un
ecosistema vibrante. Si cierra una parte de ese ecosistema, inevitablemente
tendrá efectos en otras partes". La compañía, en un comunicado público
instaba a las autoridades italianas a que permitieran reanudar las operaciones
con una décima parte de sus 600 trabajadores. De lo contrario, advertía la MTA,
no podría suministrar piezas cruciales a sus clientes, amenazando con detener
la producción en importantes fabricantes de automóviles de toda Europa, entre
ellos Renault, BMW, Peugeot y Jaguar Land Rover, como lo expresaban
públicamente los portavoces de esas
grandes multinacionales. El drama en Codogno subrayaba las preocupaciones que
afligen a la economía mundial a causa de la propagación del coronavirus.
Pero la pandemia también ha venido a cuestionas algunas
técnicas de gestión en las empresas actuales. Hace ya varias décadas, en una
época anterior, los fabricantes de manufacturas solían acumular reservas de suministros de elementos
básicos para protegerse frente a variaciones de la coyuntura o en un momento
como este. Pero en la era de la globalización, muchas empresas se han adherido
al famoso dictamen de Tim Cook, el CEO de Apple, de que el almacenamiento es
"fundamentalmente malo". Porque
los elementos almacenados suponen un dinero inmovilizado, un coste del cual la
empresa puede prescindir en una economía avanzada. Por tanto, en lugar de pagar
ese coste del almacenamiento de las piezas necesarias para fabricar un automóvil
o un producto determinado, las empresas confían en las cadenas de proveedores
para su suministro. Es la técnica de
gestión conocida por la expresión “just
in time”, justo a tiempo, que hasta ahora permitía funcionar como su nombre
indica, sin almacenamiento, porque el proveedor estaba a la espera de la orden
de la empresa cliente. Pero una pandemia global ha cambiado esa regla de juego
y el justo a tiempo puede llegar a ser demasiado tarde. Así se explica que, en
parte como resultado de los problemas de la cadena de suministro, la producción
mundial de ordenadores portátiles cayera hasta un 50 por ciento en febrero, y
la producción de teléfonos inteligentes podría caer un 12 por ciento en este
próximo trimestre. Ambos productos se construyen con componentes producidos por
fabricantes asiáticos especializados.
Cuando la escasez resulta crítica
En otros productos, los cuellos de botella en los procesos de
producción similares a los de la fabricación de productos electrónicos, también
están obstaculizando la lucha contra el nuevo coronavirus. Los suministros médicos críticos, como los reactivos, un componente
clave de los kits de prueba que utilizan los laboratorios para detectar el ADN
viral, se estaban agotando o no están disponibles en muchos países. Dos
compañías dominan la producción de los reactivos necesarios: la compañía
holandesa Qiagen (recientemente comprada por el gigante estadounidense Thermo
Fisher Scientific) y los laboratorios Roche, con sede en Suiza. Ambas compañías
no han podido mantenerse al día con el aumento extraordinario de la demanda de
sus productos, según detallaba una revista especializada en marzo pasado.
El impulso para aumentar las pruebas en los EEUU para
combatir el nuevo coronavirus se
encontró con un nuevo obstáculo: la escasez de
productos químicos clave necesarios para iniciar y ejecutar las pruebas. En
particular, estaba disminuyendo la
oferta de un producto clave fabricado por el gigante de pruebas de diagnóstico
Qiagen. Ese elemento químico se usa para aislar el material
genético del virus, o ADN, y permitir que pueda analizarse. Robert Redfield,
director de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades, había
manifestado que por primera vez en la historia estaba preocupado por los
suministros que los laboratorios tienen de los productos químicos conocidos
como reactivos. Un portavoz de la Qiagen reconoció que la demanda
"extraordinaria" estaba limitando la capacidad de la compañía para
suministrar algunos productos; e informaba de que con el fin de incrementar la
producción los trabajadores en sus instalaciones de fabricación en Hilden,
Alemania y Barcelona, España, pasaban a trabajar tres turnos, siete días a la
semana; además de otros reajustes organizativos. Aun así, esa y otras
deficiencias relacionadas con los kits de prueba representaban otro obstáculo
para el esfuerzo por implementar diagnósticos para detectar si los pacientes
están infectados con el nuevo coronavirus, un paso clave para prevenir o
retrasar su propagación Mientras otros países, como China y Corea del Sur,
podían evaluar a miles de pacientes, los EEUU iban retrasados incluso cuando el
virus había comenzado a expandirse, de modo que cuando ya había habido 647 contagiados de Covid-19 y 25
muertes, los EEUU habían realizado solo 5,000 pruebas. "Estamos profundamente preocupados de que a
medida que el número de pruebas aumente drásticamente en las próximas semanas,
los laboratorios clínicos no podrán implementarlas sin estos componentes
críticos", afirmaba en su web la Sociedad Estadounidense de
Microbiología. Es obvio que este déficit señalado retrasaba la producción de
kits de prueba en los Estados Unidos, que se veían obligados a ponerse en la
cola de otros países para adquirir los productos químicos que necesitaba.
La paradoja china: de la emergencia de salud a la cooperación
internacional
Antes de que comenzara el brote de covid-19, los
fabricantes chinos fabricaban la mitad de las
mascarillas médicas del mundo y como resultado de la crisis estos
fabricantes aumentaron la producción. Hacia principios de marzo 2020, a medida
que los hospitales y gobiernos buscaban desesperadamente respiradores y mascarillas
quirúrgicas para proteger a médicos y enfermeras ante el coronavirus, se
enfrentaban a una realidad paradójica: su fabricación estaba en China y el
mundo dependía de China, que dudaba en compartir su producción. Antes de que
surgiera la epidemia del coronavirus en Wuhan, China fabricaba la mitad de las
mascarillas del mundo, y desde entonces su fabricación se ha expandido casi 12
veces; pero reclamando para sí misma esa producción. Es más, como fueron los
primeros en sufrir el brote vírico, las compras y las donaciones también trajeron a
China una gran parte del suministro mundial desde otros lugares.
Las preocupaciones sobre el suministro de mascarillas
fueron aumentando a medida que aumentaba la propagación global del virus y los
gobiernos de todo el mundo restringían las exportaciones de equipos de
protección, lo que según los expertos podría empeorar la pandemia. Peter
Navarro, asesor del presidente Trump en manufacturas y comercio, sostenía en el
canal de TV Fox Business en febrero que China esencialmente se había apoderado
de las fábricas que fabricaban mascarillas en nombre de las empresas
estadounidenses. Más aun, afirmó que Pekín había optado por "nacionalizar efectivamente la empresa estadounidense 3M". Sin
embargo, un comunicado de 3M, con sede en Minnesota, sostenía que la mayoría de
las mascarillas salidas de su fábrica en Shanghai se habían vendido en China
incluso antes del brote, declinando hacer comentarios sobre cuándo podrían
reanudarse las exportaciones desde China.
En opinión de los periodistas estadounidenses, China podía
estar disminuyendo el control sobre las mascarillas a medida que crecían las necesidades en el
mundo. Tan Qunhong, gerente general de un pequeño fabricante de mascarillas
desechables en el centro de China, afirmaba que había completado las órdenes de
compra del gobierno y que estaba comenzando a reanudar las exportaciones. Por
su parte, el gobierno chino también estaba enviando mascarillas al extranjero
como parte de los paquetes de buena voluntad, aunque algunas partidas remitidas
resultaran defectuosas. Otros fabricantes aseguraban que el gobierno chino aún
reclamaba todas las mascarillas que producían sus fábricas en el país. Al
parecer, las exportaciones de mascarillas no estaban aún autorizadas y estaba
pendientes de las decisiones gubernamentales, según Guillaume Laverdure,
director de operaciones de Medicom, un fabricante canadiense que fabrica tres
millones de mascarillas al día en su fábrica de Shanghai.
Al igual que domina la fabricación de automóviles, acero,
productos electrónicos y otras necesidades, China es esencial para el
suministro mundial de equipos médicos de protección. La mayor parte de lo que
hace son las mascarillas quirúrgicas desechables que usan los profesionales de
la salud. Produce un número menor de mascarillas de respirador N95, que
proporcionan más filtración para médicos y enfermeras. Aunque, por entonces los
Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de EEUU consideraban
que, el público en general no necesitaba tales mascarillas. Pero la
demanda de mascarillas quirúrgicas se disparaba en China, donde la policía ya
exigía su uso a cualquiera que saliera a la calle. Aunque las compañías decían
que China reclamaba prácticamente toda la producción de mascarillas, el
gobierno chino sostenía que nunca había emitido un reglamento que prohibiera
las exportaciones de mascarillas y mostraba su disposición a compartir su
producción con otros países. Pero el gobierno chino efectivamente compró todo
el suministro de máscaras del país, al tiempo que importó grandes cantidades de
mascarillas y respiradores fabricados en el extranjero. Al decir del citado
reportaje de The New York Times, China ciertamente los necesitaba, pero el
resultado de su oleada de compras fue una escasez de oferta que obstaculizó la
respuesta de otros países a la enfermedad.
Sin embargo, subrayemos que la experiencia de la pandemia
del covid19 tendrá que llevar a una reconsideración de las políticas liberales
seguidas en el comercio internacional y la producción industrial, en particular
cuando se trata de la producción e intercambios comerciales en productos médicos críticos
La globalización financiera no es noticia
Mientras, la pandemia del coronavirus ha trastocado los
procesos industriales multipaís y el comercio internacional, es decir, ha
alterado la globalización económica, la globalización de los mercados
financieros mantienen su vigor. No disponemos de ningún dato que sugiera un
cuestionamiento siquiera de la de los
mercados financieros. La inestabilidad de las bolsas de valores y sus bajadas
reflejan simplemente la incertidumbre económica global y el dominio de la
especulación sobre activos financieros. La
financiarización del sistema
económico mundial mantiene su capacidad de conversión de cualquier bien físico
o servicio en activo financiero comercializable.
La súbita bajada del precio del crudo de petróleo, que los
noticiarios internacionales habían anunciado como previsible, demuestra con la
radicalidad de tal bajada una vez más el peso decisivo de la especulación sobre
el “barril de papel”, sobre los
contratos de suministro de crudo que sirven a poderosos mercados opacos de
derivados, sean contratos de futuros, swaps, de opciones, etc., que se
comercializan en Londres y otras Bolsas. Mercados derivados del crudo que están
dominados por los gigantescos grupos
financieros como Goldman Sachs, Morgan Stanley, Citigroup, Deutsche Bank o UBS;
con la mediación de sociedades offshore en los llamados paraísos fiscales
ligados a las élites gestoras del mundo financiero; como ya documentamos en el
libro El Casino que nos gobierna.
Por lo demás, para afrontar la inmediata recesión económica
los países más desarrollados ya han recurrido a la manguera de liquidez de la
Reserva Federal o del BCE para evitar que la falta de liquidez se traduzca en
insolvencia y acentúe la recesión económica anunciada… Pero nada indica que
vaya a cambiar en la estructura actual
de las finanzas para que sirvan a las necesidades de la economía productiva.
Desde luego en la Unión Europea post Brexit, a nadie se le
ha ocurrido replantear el principio organizativo fundamental del “espacio financiero europeo”, tal y como
fue concebido por el Barón de Lamfalussy y luego quedo consagrado en los documentos técnicos de Bruselas: la
libertad incontrolable de los movimientos internacionales de capitales mientras
la fiscalidad queda reservada a la soberanía nacional. Y como en la EU el
capital goza de libertad para huir legalmente a donde tribute menos, los
Estados europeos han de competir entre sí para atraerlo, manteniendo a la baja su
tributación. Y ante cualquier recesión económica, la debilidad política de los gobiernos progrsistas o conservadores se
ven obligados a recurrir al endeudamiento público para compensar la
insuficiente tributación del capital.-
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