Antes de la pandemia del Covid-19, diversos análisis de la revista Foreign Affairs profundizaban en la necesidad de un cambio en la política europea hacia China. A partir de eventos geoestratégicos relevantes, en círculos diplomáticos europeos se planteaban algunos interrogantes de futuro: ¿Conducirá la actual política de China a la desintegración de la Unión Europea? ¿Puede transformarse Europa en un satélite político de China imperialista? Y con fecha 1 de mayo de 2019 publicábamos en este blog un breve ensayo sobre la penetración en territorio europeo del proyecto expansivo de China bajo el título LA NUEVA RUTA DE LA SEDA, ¿RETO O AMENAZA PARA EUROPA? Desde luego urge, la necesidad de definir una estrategia europea frente a China. Y a esa idea responde el ensayo La doctrina Sinatra publicado en la revista española Revista Política Exterior nº 197, que reproducimos aquí por su interés, la autoridad y solvencia de su autor.
La doctrina Sinatra
Para no quedar aprisionada entre EEUU y China, la UE debe
tratar con ellos a su manera: ver el mundo con sus propias lentes, actuar en
defensa de sus valores e intereses y utilizar los instrumentos de poder de los
que dispone.
JOSEP BORRELL.* 1 de septiembre de 2020
Todo ha cambiado en la relación entre Estados Unidos y
China desde que, a principios de este año, firmaban en Washington el acuerdo
que debía poner fin a la guerra comercial iniciada en 2018. Hoy su rivalidad se
extiende a todas las áreas, con cierres de consulados y recriminaciones mutuas,
reflejando la competencia por la supremacía geopolítica mundial entre las dos
grandes superpotencias como si de una nueva guerra fría se tratara.
¿Ha sido el coronavirus lo que ha producido este cambio?
Aunque ese inesperado y exógeno agente no entienda de ideologías, sin duda ha
actuado como un catalizador de una rivalidad subyacente que va a ser el factor
geopolítico determinante de la época posvirus.
El papel de la Unión Europea en ese escenario y cómo hacer
frente a una China que desarrolla con determinación su nueva estrategia global
es una cuestión fundamental para nuestro futuro. Y solo la podremos contestar
positivamente desde la unidad entre los Estados miembros y la capacidad de
utilizar nuestros instrumentos comunitarios, en particular el poder de nuestro
mercado único. La unidad es fundamental en todos los terrenos de nuestra
relación con Pekín, porque ningún Estado europeo es capaz de defender solo sus
intereses y sus valores frente a la dimensión y la potencia de China, a la que
necesitamos para resolver los grandes problemas globales, desde las pandemias
al cambio climático o la construcción de un multilateralismo eficaz.
En este nuevo escenario geopolítico, 2020 puede pasar a la
historia como un año clave en las relaciones UE-China. A pesar de las
dificultades creadas por la pandemia del coronavirus, los encuentros de alto
nivel nunca habían sido tan intensos. El 22 de junio tuvo lugar la XXII Cumbre
UE-China, celebrada por videoconferencia con una duración muy superior a la
programada. Hay conversaciones en curso para programar otra videoconferencia de
alto nivel que reuniría a los presidentes del Consejo Europeo y de la Comisión,
así como a la canciller Angela Merkel, en representación de Alemania, que
ostenta la presidencia semestral de la UE, con el presidente Xi Jinping. Y
antes de final de año, si el Covid-19 lo permite, debe tener lugar en Leipzig
(Alemania) una cumbre que reúna al presidente chino con los del Consejo
Europeo, la Comisión y los Veintisiete jefes de Estado y de gobierno europeos.
El objetivo es concluir antes de que acabe 2020 el acuerdo de inversiones UE-China, que llevamos negociando desde 2013. En la citada Cumbre con China de junio, la UE mostró a Pekín su decepción por la falta de progresos en la aplicación de los acuerdos alcanzados en la anterior reunión de 2019. El presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, señaló claramente que Pekín no había cumplido sus compromisos de reciprocidad en el acceso al mercado chino y reducción de las ayudas a las compañías estatales, lo que sitúa las empresas europeas en clara desventaja competitiva.
Nuevas características chinas
También para nosotros, los europeos la crisis, del
coronavirus ha acelerado tendencias que se observaban en los últimos años y ha
puesto de manifiesto algunas de nuestras debilidades en la relación con China,
a la que hemos visto cómo se ha vuelto progresivamente más asertiva,
expansionista y autoritaria, como describo a continuación.
Asertiva
en la defensa de sus intereses. China quiere recuperar el
papel que considera debe ser el suyo en la política internacional. Durante 18
siglos, hasta la primera Revolución Industrial, fue el país más rico del mundo.
Como ha estudiado Angus Maddison, en 1820, antes de que perdiera el tren de esa
revolución, China aún producía el 30% del PIB mundial: más que Europa y EEUU
juntos.
China siempre se ha considerado el imperio del Centro, “la”
gran civilización o “todo bajo el cielo”. Esta centralidad se reflejaba en el
kowtow, el acto de postrarse ante el emperador. Sin embargo, no pretendía
necesariamente exportar sus valores.
Hay, no obstante, un cambio sustantivo en la actitud de los
actuales líderes chinos, que con la iniciativa Made in China 2025 han mostrado
su ambición de convertirse en un poder tecnológico global. El “sueño chino”,
propuesto por el presidente Xi, sería la manera de conseguirlo. Esta ambición
de liderazgo es la principal diferencia con épocas pasadas. De hecho, China
trata de ocupar el espacio político que está dejando EEUU tras su progresiva
retirada de la escena internacional. Su objetivo es la transformación del orden
internacional hacia un sistema multilateral selectivo con características chinas,
en el que se prioricen los derechos económicos y sociales sobre los políticos y
civiles.
Esta estrategia se despliega en varios frentes. Entre
ellos, socavar normas internacionales –como la aplicación de la Convención de
la ONU sobre el Derecho del Mar en el mar de China Meridional–; promover
lenguaje e ideales chinos como “comunidad de destino compartido” –visión china
de las relaciones internacionales basada en la cooperación, los intereses y
responsabilidades compartidas, la cooperación en la lucha contra amenazas
transnacionales y la inclusividad política, según la premisa de que ningún
modelo político tiene aplicación universal–; ocupar altos cargos en el sistema
de Naciones Unidas, en el que ciertamente China estaba subrepresentada –en poco
tiempo, ha pasado a presidir cuatro de las 15 agencias de la ONU y a
vicepresidir seis de ellas–1 o reducir la financiación de iniciativas
multilaterales en el ámbito de los derechos humanos.
Atrás queda la política exterior china inspirada en el
discurso de Deng Xiaoping de 1974 ante la Asamblea General de la ONU, donde
afirmó que “China no es una superpotencia, ni buscará nunca serlo. ¿Qué es una
superpotencia? Una superpotencia es un país imperialista que en todas partes
somete a otros países a su agresión, interferencia, control, subversión o
saqueo y lucha por la hegemonía mundial”.
«En los últimos 30 años, el gasto militar chino ha pasado
de poco más del 1% al 14% mundial. En 2020 lo aumentará un 6,6%»
El nuevo estilo de la política exterior china se conoce
como la denominada “diplomacia del lobo guerrero”, inspirada en una serie de
superproducciones basada en una versión china de Rambo. En esta nueva forma de
comunicar, diplomáticos chinos de alto nivel responden de forma agresiva a
cualquier crítica al régimen en redes sociales generalmente prohibidas en
China. Según esta nueva actitud, el papel creciente de China en el mundo
requiere salvaguardar sus principales intereses de manera inequívoca e
incondicional.
Por ejemplo, Australia, que depende en gran medida del
comercio con China (32,6% de sus exportaciones), ha sufrido directamente esta
firmeza por parte china. Después de que el primer ministro australiano, Scott
Morrison, pidiera una investigación de la Organización Mundial de la Salud
(OMS) sobre los orígenes del coronavirus, China respondió imponiendo aranceles
del 80,5% sobre las exportaciones de cebada australianas y suspendiendo
licencias que afectaban al 35% de las exportaciones australianas de vacuno a
China. Si estas medidas se expanden a otros sectores, se calcula que el
desencuentro puede llegar a costarle a Australia un 1% de su PIB.
Expansionista.
Desde una perspectiva histórica, la actitud china con respecto al resto del
mundo ha cambiado mucho. Bajo la dinastía Song (960-1279) China dominaba la
tecnología naval. Sin embargo, no la utilizó para ocupar territorios y
desarrollar un imperio colonial ultramarino. Entre 1405 y 1433, antes de que
los europeos lanzaran sus campañas marítimas, el almirante Zheng He navegó
hasta Java, India, el cuerno de África o el estrecho de Ormuz con una flota que
habría hecho palidecer a la armada española (que llegaría 150 años más tarde)
en tamaño y sofisticación. Ahora, a diferencia de entonces, China sí está
dispuesta a utilizar su ventaja tecnológica y militar para aumentar su
influencia política.
En los últimos 30 años, el gasto militar chino ha pasado de
poco más del 1% al 14% mundial, y este año lo aumentará el 6,6%, según datos
del Instituto Internacional de Estocolmo para la Investigación de la Paz (Sipri).
Esta claro que Xi Jinping quiere hacer de lo que en su tiempo se denominó el
“ejército de liberación del pueblo” la principal potencia tecnológica militar
en 2049. China mostró orgullosa en la conmemoración del 70 aniversario de la
fundación de la Republica Popular su arsenal atómico, que puede ser utilizado
por tierra, mar y aire.
El embargo de venta de armas decretado contra China desde
los acontecimientos de Tiannamen, en 1989, sigue en vigor, pero China ya no
depende de las importaciones de material militar. Ha desarrollado una industria
armamentística, sobre todo naval y balística, de primer orden y cada año
aumenta sus exportaciones. Aunque las capacidades del ejército chino siguen
lejos de las del estadounidense, la distancia es mucho menor que hace unas
décadas, y en algunos ámbitos apenas hay diferencias. Dentro de un año, China
dispondrá de cuatro portaaviones operativos, y algunos informes estadounidenses
señalan que “China supone ahora un gran desafío a la capacidad de la marina
estadounidense de dominar y controlar las aguas del Pacífico occidental”.
Ciertamente, el expansionismo chino es más evidente en el
mar de China Meridional, donde Pekín ha incrementado su presencia creando
islotes artificiales y militarizándolos, sin respetar el arbitraje de 2016 que
daba la razón a sus vecinos del sureste asiático. Pero también en Nepal,
Myanmar o Sri Lanka, zona de influencia de la política exterior de India. La
tensión entre Pekín y Nueva Delhi ha aumentado recientemente, como atestiguan
los encontronazos de ambos ejércitos en la disputada frontera del Himalaya.
La realpolitik china se basa en los hechos consumados: la
acumulación paciente y sutil de ventajas sobre el terreno. Los juegos de mesa
son un claro ejemplo de la mentalidad china y su diferencia con la europea.
Mientras que en Europa somos aficionados al ajedrez, que termina con una
victoria total (jaque mate), en China prefieren el weiqi, un juego que consiste
en ocupar los espacios vacíos del tablero para rodear las piezas del adversario
y reducir su capacidad de respuesta. Y es que como ya dijo el famoso estratega
chino Sun Tzu en El arte de la guerra, el “estratega habilidoso vence a su
enemigo sin entrar en combate”, creando realidades sobre el terreno que
refuerzan su posición y ponen al adversario en una situación de debilidad.
«China es el paradigma que ha negado la tesis según la cual
la apertura económica y política son dos caras de la misma moneda»
Autoritaria. En
2001 Occidente celebró la entrada de China en la Organización Mundial del
Comercio (OMC) con el convencimiento de que la liberalización comercial iría de
la mano de una apertura política, el llamado “Wandel durch Handel” (cambio a
través del comercio) o, como los franceses también creían, “le doux commerce”
apaciguaría las tensiones y aproximaría los sistemas políticos. Hace tiempo que
esta creencia se ha demostrado errónea. La convergencia no se ha producido, al
contrario, la divergencia ha aumentado en los últimos años. China es el
paradigma que ha negado la tesis según la cual la apertura económica y política
son dos caras de la misma moneda. Las nuevas posibilidades de información y
control sobre la población que ofrece la tecnología han influido mucho en ello.
Una tendencia que no va a disminuir sino aumentar.
Con poderosos instrumentos de vigilancia masiva y el
predominio del Partido sobre el Estado, la represión de cualquier muestra de
disidencia esta servida. Durante los últimos años hemos visto con preocupación
las crecientes violaciones de derechos humanos en China, el aumento de la
represión sobre defensores de estos derechos, periodistas e intelectuales y el
trato a los uigures en Xinjiang.
El deterioro de la situación en Hong Kong es un claro
ejemplo de esta tendencia represiva. Recientemente he expresado, en nombre de
los 27 Estados miembros, la gran preocupación de la UE tras la aprobación de la
nueva Ley de Seguridad Nacional para Hong Kong, en contra del principio de “un
país, dos sistemas” y de los compromisos de China con la comunidad
internacional. A petición de los ministros de Asuntos Exteriores europeos, he
presentado un conjunto de medidas para dar respuesta a esta vulneración de la
autonomía de Hong Kong. Estas incluyen la limitación de las exportaciones de
tecnologías de vigilancia, la revisión de los acuerdos de extradición que
varios Estados miembros tienen con Hong Kong o el aumento de becas y visados
para sus estudiantes.
La respuesta europea
Para que la UE no quede aprisionada en la relación
conflictiva entre EEUU y China, debe tener una respuesta específica, ver el
mundo con sus propias lentes y actuar en defensa de sus valores e intereses,
que no siempre coinciden con los de EEUU. Para resumir, y como he dicho en
alguna ocasión, la UE tiene que actuar “a su manera”. Eso ha dado lugar a que
algunos comentaristas le llamen “doctrina Sinatra”, en referencia a su canción
My Way. No importa si así se hace más fácilmente transmisible de qué se trata.
Hubiera podido decir que Europa tiene que aumentar su autonomía estratégica o
su soberanía, pero seguramente no habría tenido el mismo eco.
La respuesta de la UE, “a su manera”, debe ser una vía
propia que evite un alineamiento con EEUU o China. Esta doctrina estaría basada
en dos pilares: seguir cooperando con Pekín para dar respuesta a los retos
globales como el cambio climático, la lucha contra el coronavirus, conflictos
regionales o el desarrollo de África, a la vez que fortalecemos la soberanía estratégica
de la UE, protegiendo nuestros sectores económicos tecnológicos, claves para
disponer de la autonomía necesaria y promover los valores e intereses europeos
internacionales.
No se trata de un cambio de política, sino de una evolución
dentro de los parámetros de la Estrategia de la UE hacia Pekín de 2019, que ya
identificó a China como un socio estratégico con el que la UE coopera, a la par
que un competidor y un rival sistémico. No caigamos en simplismos maniqueos:
nuestra relación con China es y será inevitablemente complicada porque es
nuestro segundo socio comercial, y tiene que serlo también para resolver
problemas globales. Al mismo tiempo, es inevitablemente un competidor,
tecnológico y económico. La dificultad de la relación con China también estriba
en la diferencia entre nuestros sistemas políticos.
Tras la conformación, desde el inicio de la pandemia, de
una “batalla de narrativas” y una “diplomacia de la generosidad” (expresión que
fui de los primeros en utilizar atrayéndome no pocas críticas), rebautizada
después como “diplomacia de las mascarillas”, la UE debe apuntalar su
estrategia con tres pilares: luchar contra las operaciones chinas de
desinformación, oponerse a la promoción de un multilateralismo “selectivo”
(donde China solo lo defienda cuando le convenga), y garantizar el cumplimiento
de los compromisos chinos para que las empresas europeas accedan con
reciprocidad a los mercados y programas de investigación e innovación del país
asiático. Necesitamos imperativamente equilibrar nuestra relación económica y
acabar con algunas ingenuidades pasadas.
Independencia frente a dos competidores/rivales no
significa equidistancia. Nuestra larga historia común y los valores compartidos
con EEUU nos acercan más a Washington que a Pekín. La cooperación con EEUU en
el seno de la OTAN, por ejemplo, sigue siendo crucial para la defensa europea.
Sin embargo, para ser capaces de seguir tomando decisiones políticas de manera
autónoma como europeos, debemos invertir en soberanía estratégica. En este sentido,
en la UE hemos adoptado recientemente medidas para proteger nuestros intereses,
como los instrumentos de defensa comercial, el reglamento para el escrutinio de
inversiones extranjeras o el libro blanco sobre el control de las subvenciones
a empresas extranjeras que provoquen distorsiones en el mercado único. Está
también en proceso de adopción el instrumento internacional de contratación
pública. Aunque estas medidas no van dirigidas contra ningún país en concreto,
sus efectos permitirán mitigar el desequilibrio en nuestra relación comercial
con China.
«Aunque algunos analistas hablan de nueva guerra fría, este
marco teórico resulta engañoso. EEUU y la URSS nunca estuvieron tan
interconectados como lo están hoy chinos y estadounidenses»
La razón de ser de la UE es defender, con la fuerza de la
unidad, los valores y los intereses europeos. A ambos hacen referencia
explícita nuestros tratados fundacionales. Pero creo que no hemos de escoger
entre proteger nuestra economía o nuestros valores fundamentales. Los datos
demuestran que, globalmente, no somos tan dependientes de China como muchos
creen. Lo somos en el caso de empresas concretas en sectores determinados. Así,
solo el 7% de las exportaciones alemanas de mercancías se destinan a China. Y
Alemania es el país europeo que más exporta al país asiático. En términos de
valor añadido, las exportaciones alemanas a China representaban, en 2015, el
2,8% del valor añadido total de sus exportaciones, según el estudio de Jürgen
Matthes, en IW-Report del German Economic Institute.
No obstante, es cierto que, si nos centramos en sectores
concretos como el del automóvil, la dependencia es evidente. De los 10 millones
de coches que el grupo Volkswagen vendió en 2018, cuatro millones fueron al
mercado chino, el 40% de sus ventas. A menudo pensamos en la importancia de
países terceros para nuestras economías, sin prestar suficiente atención al
comercio con nuestros socios europeos. Pero la realidad es que el 60% de las
exportaciones alemanas son a países de la UE. Lo que no quita importancia al
papel trascendental de la demanda asiática, china en particular, para la
industria alemana en sectores claves de su actividad.
Cada vez es más evidente que China se aprovecha de ventajas
en nuestra relación económica: su decisión de autodenominarse país en
desarrollo al acceder a la OMC le ha permitido, por ejemplo, evitar concesiones
comerciales y compromisos significativos para reducir las emisiones de gases
contaminantes. Asimismo, China subsidia a sus empresas estatales y tiene el
mayor stock de barreras comerciales y de inversión registradas, como ha
documentado un informe de 2019 de la Comisión Europea. Las compañías europeas
sufren disparidades en el acceso a su mercado, en particular para licitaciones
de contratación pública. El statu quo (falta de reciprocidad y desigualdad de
condiciones) no es una opción. Nuestra relación es excesivamente asimétrica
para el actual nivel de desarrollo chino. Y eso debe corregirse.
Si no lo hacemos ahora, dentro de unos años será demasiado
tarde. Los productos chinos continuarán subiendo en la cadena de valor y
aumentará nuestra dependencia económica y tecnológica. El esfuerzo tecnológico
de la UE debe aumentar en paralelo a nuestra autonomía estratégica. Debemos
evitar llegar al punto donde, como dice mi amigo Enrico Letta, los europeos
tengamos que escoger entre ser una colonia china o estadounidense. Como decía
al principio de estas páginas, la clave de nuestro éxito dependerá, en gran
medida, de la capacidad para aprovechar el potencial del mercado único europeo,
mantener la unidad entre los Estados miembros y hacer valer nuestros estándares
internacionales.
El segundo pilar de la doctrina Sinatra es la cooperación.
No insistiré lo suficiente en que colaborar con Pekín es fundamental para responder
de manera efectiva a los retos globales. La lucha contra el cambio climático es
el ejemplo más evidente. La UE supone el 9% de las emisiones mundiales,
mientras que China representa el 28%. Aunque los europeos, por milagro,
dejásemos mañana de emitir CO2, no cambiaria gran cosa. Solo conseguiremos
luchar de manera efectiva contra el cambio climático si logramos que, a
nuestros esfuerzos de reducción, se sumen los grandes emisores como China, EEUU
o India, y que África siga una senda de desarrollo distinta de la nuestra.
Somos demasiado interdependientes para un desacoplamiento
económico respecto de China como el que los EEUU de Donald Trump predican. El
coronavirus cambiará la globalización, pero no la suprimirá. Y aunque algunos
analistas hablan de nueva guerra fría, este marco teórico resulta engañoso,
porque EEUU y la URSS nunca estuvieron tan interconectados como lo están ahora
EEUU y China. Como he señalado en varias ocasiones, paradójicamente la
estabilidad del dólar, y con ella la del sistema capitalista, depende mucho del
Partido Comunista Chino –expresión que el secretario de Estado, Mike Pompeo,
utiliza para referirse a China–, puesto que es el segundo país del mundo con
más bonos del Tesoro estadounidense, detrás de Japón. En el caso europeo, la
interdependencia no es menor: los intercambios comerciales entre la UE y China
ascienden a 1.000 millones de euros diarios.
Por otra parte, hay que reconocer que la estrategia de
confrontación abierta con China le ha salido cara a EEUU. Según un informe de
la Reserva Federal, los aranceles estadounidenses no han servido para que
crezca el empleo en EEUU, ni la producción en la industria manufacturera, pero
sí han aumentado los costes de producción. Moody’s Analytics estima que la
guerra comercial ha costado a Washington unos 300.000 empleos y el 0,3% del PIB
del país. Economistas estadounidenses calculan que la guerra comercial costará
unos 800 dólares al año a cada familia en EEUU.
Ante los que abogan de manera errónea por una nueva guerra
fría, con un mundo fragmentado en dos bloques, la UE debe promover sus
intereses, pero en cooperación estrecha con países que defiendan un nuevo y
efectivo multilateralismo y la primacía del Derecho Internacional.
Puestos a buscar referencias musicales, quizá podríamos
caracterizar el estado de las relaciones UE-China con la legendaria canción de
Serge Gainsbourg, Je t’aime… moi non plus,
una de las que marcó a los jóvenes de mi generación, relativizando los
sentimientos y las contradicciones que conforman las siempre difíciles
relaciones de pareja. Y es que, en las relaciones estratégicas, como en el
amor, cuentan más los hechos que las palabras. Por eso, siendo prácticos y
concretos, será clave que Pekín cumpla con el compromiso de avanzar hacia una
relación económica más equilibrada entre la UE y China antes de final de 2020.
●
*Josep Borrell Fontelles ha sido Presidente del
Parlamento Europeo y Ministro de Asuntos Exteriores del Gobierno de España.
Actualmente es Alto Representante para la Política Exterior y de Seguridad
Común de la UE y Vicepresidente de la Comisión Europea.
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