lunes, 13 de septiembre de 2021

WALL STREET HA GANADO LA GUERRA DE AFGANISTÁN PERDIDA POR EEUU

Los EEUU gastaron más de 2,2 billones (trillion) de dólares en la guerra de Afganistán y la mayor parte de esa cuantía regresó a los propios bolsillos estadounidenses por la vía de las empresas privadas contratistas, cuyas acciones cotizan en Wall Street. De modo que si Vd. invirtió 10,000 dólares en acciones de los cinco principales contratistas de defensa de Estados Unidos en 2021, el día en que comenzó la guerra en Afganistán; y reinvirtió fielmente todos los dividendos, ahora su cartera valdría casi 100.000 dólares.

El escritor estadounidense de origen libanés, Nassim Nicholas Taleb, autor de Black Swan, recientemente describía esa guerra de Afganistán  como "en gran parte una transferencia de riqueza de los contribuyentes estadounidenses a los contratistas militares", según recordaba Newsweek el 11/9/2021. Y el comentario se sumaba a los de otros observadores que se han concentrado en el papel de los contratistas militares. Saqib Qureshi, profesor visitante de la London School of Economics, escribió un reciente artículo de opinión en Newsweek titulado "Los talibanes no ganaron en Afganistán, sino los contratistas de defensa". Y en Twitter, muchos respondieron a la publicación de Taleb señalando que el fundador de Wikileaks, Julian Assange, afirmó hace años que el objetivo en Afganistán "es tener una guerra sin fin, no una guerra exitosa", con el fin establecer “un centro de lavado de dinero sucio para las bases impositivas tanto de Estados Unidos como de Europa y para canalizar este lucro inmundo a lo que llamó la “élite de seguridad transnacional”.

 

Los costes de la guerra y los suministros de EEUU a Afganistán.


Según las agencias gubernamentales estadounidenses directamente involucradas en la guerra de Afganistán, incluido el Departamento de Defensa de los Estados Unidos, el Departamento de Estado, USAID/ La Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional y entidades similares, se han gastado aproximadamente  887.000 millones de dólares en el país; sin embargo, con los gastos indirectos agregados, se estima que el costo total de la guerra en Afganistán será de más de 2.26 billones de dólares.  (Afghanistan war made US militarycontractors wealthy).  Sin embargo, otras informaciones elevan la cifra hasta acercarse a los 3 billones (trillion) de dólares, dependiendo de los elementos incluidos y el periodo de cómputo considerado.        

Lo cierto es que las tropas estadounidenses derribaron un gobierno de talibanes apenas armado en 2001; y en 2021 han dejado en el poder un gobierno de talibanes con un ejército pertrechado de armamento moderno suministrado por los EEUU. Con la retirada de las tropas extranjeras, los talibanes se han apoderado de las armas estadounidenses que quedaron abandonadas en Afganistán por valor de miles de millones, posiblemente incluidos 600.000 rifles de asalto, unos 2.000 vehículos blindados y 40 aviones de combate, incluidos los helicópteros de combate Black Hawks, según los informes oficiales recogidos por la prensa estadounidense

Entre 2002 y 2017 Estados Unidos entregó al ejército afgano unos 28000 millones de dólares en armamento, incluidos siete helicópteros nuevos entregados a Kabul en julio 2021. Estos últimos  suministros de guerra incluyen también al menos 600.000 armas de infantería, incluidos rifles de asalto M16, así como 162.000 piezas de equipo de comunicación y 16.000 gafas de visión nocturna.

En solo dos años, de 2017 a 2019, EEUU entregó 7.035 ametralladoras, 4.702 vehículos multipropósito 4x4 Humvees, 20.040 granadas de mano, 2.520 bombas y 1.394 lanzagranadas, citando un informe de 2020 de la Inspección  General Especial para la Reconstrucción de Afganistán (SIGAR).

Durante los veinte años, los suministros de producción estadounidense para la guerra y “reconstrucción” de Afganistán incluyeron no solo armamento, uniformes y pertrechos para el supuesto nuevo ejército afgano sino elementos de logística, materiales  e instalaciones para la construcción de bases militares. Todas esas operaciones tenían lugar con la autorizada e imprescindible colaboración de las empresas privadas contratadas, especializadas en los suministros para el Departamento de Defensa. 

Una guerra privatizada con subcontratas

En estos últimos años, ya había ido creciendo cada vez más el debate sobre la privatización de la guerra en Afganistán; e incluso los congresistas demócratas se comprometieron a poner fin a las llamadas "guerras para siempre". En 2016, uno de cada cuatro empleados estadounidenses en Irak y Afganistán era un contratista privado. Esto significaba que la guerra ya estaba siendo subcontratada, pero los académicos, los medios de comunicación y el público en general no sabían casi nada al respecto. Debido a que los contratistas operan en las sombras, sin una supervisión pública efectiva, permiten que los legisladores disfruten de su ignorancia sobre la realidad de las operaciones militares subcontratadas. Asimismo, la simple verdad es que desde los comienzos el público  dispuso de pocos datos fiables sobre este sector. Lo cierto es ni en los medios de información ni en las Universidades se plantearon las preguntas más básicas sobre si el empleo de contratistas privados funcionaba mejor que el personal militar o las fuerzas locales, o si realmente funcionaban. 

Citemos, no obstante, que un  grupo de sociólogos investigaron la privatización de la seguridad y sus implicaciones en Afganistán, cuyo resultado fue publicado en la revista trimestral Armed Forces and Society, de la Universidad de Texas (6/12/2019), revelando por primera vez algunos de los aspectos de esta fuerza laboral y empresarial en gran parte invisible.

Según nos cuentan, un gran obstáculo para esta investigación fueron las lagunas en los datos. En primer lugar, les resultó difícil obtener datos sobre contratistas militares privados, principalmente debido a los secretos comerciales patentados. Porque, a pesar de que esas empresas actúan como representantes del Estado,  legalmente no están obligadas a compartir información con el público sobre sus actuaciones, organización o su fuerza laboral.

De modo que la información publicada ha sido muy limitada. No hay una relación detallada de las prácticas, la fuerza laboral, las malas conductas o los contratos de la industria militar privada. Siete años después de iniciada la guerra en Afganistán, en 2008, el Congreso creó una nueva agencia estatal, la Oficina del Inspector General Especial para la Reconstrucción de Afganistán (SIGAR) con sede en Virginia y oficina en Kabul, con la finalidad de llevar a cabo una supervisión independiente y objetiva de los proyectos y actividades de la denominada “reconstrucción” de Afganistán, promoviendo la eficiencia y efectividad de los programas de reconstrucción y detectar y prevenir el desperdicio, el fraude y abuso, según se afirma en la web oficial.

Pero nada indica que lo informes trimestrales de SIGAR al Congreso tuvieran mucho eco público, aunque en los mismos  haya quedado constancia de las frecuentes irregularidades y malversación del dinero del contribuyente estadounidense en Afganistán. Un informe de 2018 reveló que habían desaparecido unos 11.000 millones de dólares en despilfarro, fraude y mal uso de fondos públicos. En videos de tv extranjeras podemos contemplar al ejército afgano con uniformes de camuflaje para terrenos boscosos que les proporcionaron los estadounidenses, aunque este país de Asia Central, desértico y montañoso, los bosques solamente suponen un 2 por ciento del territorio. Otro ejemplo lo expone en dicha web una nota de prensa del Departamento de Justicia (18//2018) que relata el caso de un ex contratista del gobierno que fue declarado culpable por su intervención en un plan para transformar  ilegalmente en propiedad privada, bienes del gobierno de EEUU de la base aérea militar de Kandahar, Afganistán; bienes que enviaba para su reventa a su domicilio en Arizona.

La importancia de los contratistas militares queda de manifiesto en el hecho de que en mayo de 2021, meses antes de la desordenada retirada de las tropas estadounidenses, informaciones solventes constataban que las autoridades planteaban la posibilidad de que los contratistas se mantuvieran sobre el territorio afgano con posterioridad a la retirada de las tropas. E incluso, los contratistas que conformaban la fuerza más grande de EEUU en Afganistán estaban reforzando su presencia justo a tiempo para tapar el vacío que podría quedar tras la retirada de las tropas estadounidenses. Por supuesto los hechos desmintieron tales previsiones.

Los contratistas constituían, pues, una fuerza relevante de la que dependían los
gobiernos de Estados Unidos y Afganistán, y los contratos en el propio país fueron un gran negocio para Estados Unidos, según estas informaciones. El Departamento de Defensa empleaba en esas fechas tardías a más de 16.000 contratistas en Afganistán, de los cuales 6.147 eran ciudadanos estadounidenses, más del doble de las tropas estadounidenses restantes.

Al igual que el personal de la CIA, a los contratistas privados resulta casi imposible seguirles la pista y, por principio, no se cuentan mientras prestan apoyo a los militares con funciones logísticas como el transporte. Por ejemplo se cita a la Base Aérea de Bagram, un monstruoso bastión estadounidense que en algún momento llegó a albergar 40.000 militares y contratistas civiles; y en el punto álgido de la guerra, se estimó que más de 12.000 afganos trabajaban en esa Base militar, la más importante; pero sin mayores precisiones respecto a los contratistas. En algunos otros casos, la razón estaba clara porque estos tenían papeles más turbios en el sombrío mundo de las operaciones encubiertas y de los mercenarios. Otros ayudaban a operar con los mil millones de dólares en equipos y armamento pesado estadounidenses dentro del ejército afgano: los contratistas prestaban todo el mantenimiento de los helicópteros Black Hawk y los aviones de carga C-130 de la Fuerza Aérea afgana fabricados en EEUU. Los controladores de tráfico aéreo en los aeropuertos del país eran contratistas internacionales, sin que se dispusiera de un grupo de mano de obra local afgana capacitada para tales tareas.

Esa demanda podría ser satisfecha por la industria de miles de millones de dólares de contratistas militares privados, ya que no computaban como "botas sobre el terreno", pero ofrecían el mismo nivel y variedad de habilidades, lo que suponía un coste político mucho menor y con una dosis de secreto. Las líneas que diferencian a estos contratistas de los mercenarios son borrosas. Mientras los contratistas militares privados se consideran legales, los mercenarios están prohibidos por la legislación internacional y estadounidense, algo que le causó problemas al máximo ejecutivo de Blackwater cuando se descubrió que estaba entrenando y constituyendo ejércitos privados en Irak y Libia y que tenía planes de privatizar en mayor grado la guerra en Afganistán.

La respetada ONG estadounidense The Center for Public Integrity compiló los principales contratistas de defensa que se beneficiaron de los conflictos en Afganistán y en Irak. (Top 100 Contractors in Irak y Afghanistan) .Y elaboró una lista a partir de datos sobre las transacciones contractuales ejecutadas en los años 2004, 2005 y 2006, que tenían como lugar de ejecución  Irak o Afganistán; los datos disponibles en el Sistema de Datos de Adquisiciones Federales de la Administración de Servicios Generales, se limitan a los 100 proveedores que reciben los fondos más comprometidos durante este período de tres años. Este listado fue publicado primero en 2007 y posteriormente actualizado para 2014 con datos del nuevo proceso de contratación establecido, que era ya más transparente.  Sobre esos datos de los contratos registrados, los expertos del Centro identificaron las empresas matrices de las distintas divisiones y filiales contratantes, utilizando fuentes oficiales. Entre los 100 principales contratistas de la Defensa figuran nombres muy conocidos como Blackwater USA; Lockheed Martin; Odebrecht-Austin Joint Venture; ITT Corporation; General Dynamics; o Boeing Company; junto a otros menos conocidos. Todos estos grupos empresariales están presentes en las Bolsas de Nueva York, donde cotizan sus acciones.


La alta rentabilidad de las acciones de los contratistas.

La guerra  de Afganistán ha sido un escandaloso fracaso para los EEUU pero no para las cinco grandes  empresas contratistas y sus accionistas, según el análisis de la revista crítica e independiente the Intercept. (Jon Schwarz, Afghanistan War Has Been Hugely Profitable

Si Vd. invirtió 10,000 dólares en acciones repartidos equitativamente entre los cinco principales contratistas de defensa de Estados Unidos el 18 de septiembre de 2001, el día en que el presidente George W. Bush firmó la Autorización para el uso de la fuerza militar en respuesta a los ataques terroristas del 11 de  septiembre, y reinvirtió fielmente todos los dividendos, ahora su paquete de acciones valdría 97,295 dólares, casi 100.000 dólares.

Este es un rendimiento mucho mayor que el disponible en el mercado de valores en general durante el mismo período. Los 10,000 dólares invertidos en una cartera del índice bursátil S&P 500 el 18 de septiembre de 2001, ahora valdrían 61,613 dólares. Es decir, las acciones de defensa superaron al mercado de valores en general en un 58 por ciento durante la guerra de Afganistán.

Además, dado que los cinco principales contratistas de defensa más importantes (Boeing, Raytheon, Lockheed Martin, Northrop Grumman y General Dynamics) son, por supuesto, parte del Índice bursátil S&P 500, las empresas restantes obtuvieron retornos más bajos que los retornos generales del índice S&P referido.

Estas cifras sugieren que es incorrecto concluir que la toma inmediata de Afganistán por los talibanes tras la salida de Estados Unidos significa que la guerra de Afganistán haya sido fracaso. Por el contrario, desde la perspectiva de algunas de las personas más poderosas de Estados Unidos, puede haber sido un éxito extraordinario. En particular, para los consejos de administración de los cinco contratistas de defensa citados que incluyen oficiales militares jubilados de alto nivel, según la referida revista, que presenta los resultados específicos de esos principales contractors Y destaca que todos, a excepción de Boeing, reciben gran parte de sus ingresos de gobierno estadounidense.

 

La simbiosis de gobernantes y la industria militar y financiera

Más allá de los datos concretos, estos resultados de la guerra de Afganistán solamente se entienden desde la situación de simbiosis de la industria bélica, como una realidad sociológica y económica a la que en los círculos críticos estadounidenses se ha venido haciendo referencia con la expresión “the Military-Industrial Complex”, que significa la relación cómoda entre las partes que gestionan las guerras de los EEUU (las fuerzas armadas, la administración presidencial y el Congreso) más las compañías fabricantes de armas y equipos de utilidad bélica,  según se analizó en un estudio del Institute for Policy Studies Para decirlo de modo sencillo, se refiere a la relación extremadamente fluida y amistosa entre empresas contratistas y gobernantes, en la que ambos lados están asociados para el logro de éxitos para los planificadores de las guerras y de beneficios financieros para aquellos que integran los consejos de administración de las grandes corporaciones. Algo que podría ser la versión actualizada de la teoría  de “la guerra por el beneficio”.

A este respecto, conviene recordar que la expresión Military-Industrial Complex  quedó consagrada con el discurso de despedida (Farewell Address to the Nation) del Presidente Eisenhower, que había sido un laureado general durante la segunda guerra mundial que contribuyó a la derrota militar del nazismo en Europa. En su discurso del 17  de enero de 1961 denunció ese entramado político-industrial, advirtiendo al pueblo americano de la amenaza que suponía ese conglomerado para la acción del gobierno democrático:

“En las sesiones del gobierno, debemos guardarnos contra la adquisición de una injustificada influencia,  buscada o no, del complejo militar industrial. Existe y persistirá el potencial para la ascensión desastrosa de un poder inapropiado. No debemos nunca permitir que el peso de este conglomerado haga peligrar nuestras libertades o los procesos democráticos. No demos nada por descontado. Únicamente una ciudadanía informada y alerta podrá  imponer el apropiado entramado de la enorme maquinaria industrial y militar de defensa con nuestros objetivos y métodos pacíficos, de modo que la libertad y la seguridad prosperen juntas”.

Este conglomerado industrial y militar sobrevivió al Presidente,  que tras sus éxitos en la segunda guerra mundial había sido escogido por el partido republicano como candidato. Y este complejo de organizaciones y personajes estadounidenses creció en su dimensión económica, hasta el extremo que nos dice Joseph Stiglizt  que “en el último medio siglo ese complejo se ha extendido: los grupos de presión que determinan las finanzas, la industria farmacéutica, el petróleo y el dióxido de carbono”, como ya analizamos en mi libro El casino que nos gobierna.-

 

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